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Diarios neerlandeses, 56

por Claudio Molinari Dassatti

56

Es pleno verano pero afuera está gris. Es una alegría no tener que tolerar la felicidad que el sol trae consigo. Papita me lleva a ver el mar. Agarró la bicicleta amarilla y enclenque que Stijn, el dibujante y carpintero amigo de mi anfitriona, nos ha prestado. Harto de reparar pinchaduras, un día Stijn cambió la bici por los patines. Con el tiempo, conoció a una mujer que solo andaba en patines. Se enamoraron, y hoy, a tres años de aquello, ya se odian. Puede que ellos siempre vayan sobre ruedas. El amor no.

Enfilamos para el puerto de Scheveningen. Pero antes debíamos tomar por el Scheveningseweg, cruzar los barrios residenciales, las mansiones ocupadas, y atravesar luego los Scheveningse Bosjes, donde el intenso olor a eldelflower llena el aire. Según he averiguado, en español eldelflowerse dice ‘flor de sauco’. El sauco tiene un aroma dulzón y almibarado que perfuma los veranos del norte de Europa. Es una pena que en nuestro idioma eldelflower suene a sauce llorón, a árbol deprimido.

En el puerto ondea la bandera de Scheveningen: tres arenques con sus respectivas coronitas sobre un fondo azul. Pero el mar es gris y más ventoso que el del Atlántico. Aquí solo hay pescados, mar y viento. En los puestos de la costa se pueden comer almejas, langostinos y pescado frito en varios formatos geométricos. Con Papita pedimos unos arenques. Los clientes mastican y bromean como si fuera verano. Pero es un verano del norte, con su cielo gris, su viento báltico y sus arenques, que se comen fríos.

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