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Diarios neerlandeses, 55

por Claudio Molinari Dassatti

55

Mi amiga, los otros hippies anti-kraak y yo vivimos en la Frederikstraat, una calle elegante en pleno Willemspark, barrio de embajadas, universidades, edificios públicos e instituciones de relevancia internacional como el Tribunal Internacional de La Haya. Por supuesto nosotros para hacer la compra debemos cruzar la ciudad hasta llegar al mercado turco o al Albert Heijn, una suerte de supermercado Día holandés pero que no produce una depresión inmediata.

El Albert Heijn, tiene una variedad asombrosa de productos para pobres no ajenos al buen vivir: quince tipos diferentes de panes con cereales recién horneados, bebidas de todo el mundo, y hasta bolsitas de verduras troceadas para preparar woks al estilo tailandés, chino o japonés. Todo a precios económicos. Esto es lo que no comprenden quienes comparan la pobreza en Europa con la del resto del mundo. Y viceversa. Ser pobre en Europa significa no poder acceder al lujo. Pero viajar en avión a un país vecino o comprar mostaza de Dijon al estragón si a uno le apetece, desde luego no lo es.

Hoy Papita tiene clase de gimnasia. Es tan sana que no pierde oportunidad de saltar, correr, hacer yoga, windsurf, taekwondo. Yo soy todo lo contrario. Correr por correr me resulta incompresible, ridículo, salvo que sea para ir al Albert Heijn. Mi concepto de deporte es afilar un lápiz. Pero ella está acostumbrada a que yo no accione. Es un área no compartida y ella comprende que no es personal: soy una obra conceptual sobre la que los demás proyectan su imaginación.
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