La fiesta sigue un rato más, pero hasta aquí llegan las notas de mi cuaderno, a veces con anotaciones en los márgenes, otras con añadidos hechos a posteriori o durante relecturas. En estas notas he marcado con rojo ciertos fragmentos para poder retornar a ellos más adelante. La memoria no es en absoluto lineal. Todas las historias se mejoran, se tergiversan o se olvidan. De hecho habría podido crear nuevos diálogos, conversaciones imposibles de comprobar. Pero prefiero la descripción tediosa.
Así que fumamos y bebemos y fumamos y bebemos. El galés chilla, la eslovaca coquetea con todo el mundo menos conmigo. Los lituanos se rajan. Y Steven, el anfitrión, agarra la guitarra y canta una serie de clásicos para calmar a las fieras. Le pido una de Frank Zappa, y la sabe. Solo eso lo convierte en un ser singular. Entonces por el borde del fregadero, porque la tercera planta también es cocina, veo pasar con una rata. Me deja estupefacto la tranquilidad jamaiquina con la que se mueve. La rata se detiene un segundo y se escabulle entre platos y cacerolas.
-¡Una rata! ¡Una rataaaaaa! -grito:
-Hay muchas –respondió el silencioso.
-¿Por qué?
-Está el puerto, los canales… -y luego me miró-. Pero aquí no nos gusta hablar de las ratas.
—-
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