Como es su costumbre, Papita ya tiene varias actividades preparadas para lo que queda de la tarde. Le pregunto, pero ella no tiene tiempo para excentricidades como las explicaciones. Candamos las bicis y entramos a la galería Werke o Westke o West, quién sabe. No entiendo la letra de mi cuaderno de notas. Es primavera, hace un grado sobre cero, todos los asistentes están en el patio trasero.
Allí hay una parrilla atendida por un travesti, pinchos morunos, o brochettes si usted es sudamericano, y varios cajones de cerveza. Nunca he sido un gran consumidor de esa bebida, me resulta poco efectiva. No comprendo el tragar tres litros de un líquido sin fuerza que al final nos obliga a orinar contra un coche y solo causa modorra. Afortunadamente las cervezas de Benelux son otra cosa. Los pinchos son un obsequio pero por las cervezas hay que depositar 2 euros en una lata, un sistema efectivo para echar a quienes desean permanecer pero no tienen nada que hacer allí.
Werke o Westke o West es una vivienda de varias salas donde artistas y artófilos dialogan en susurros, esa práctica desconocida. En la expo nos detenemos ante el video de una artista finesa cuyo nombre es muy fácil de olvidar. La pieza es interesante, pero no un interesante de galerista, sino un interesante real. Todas las salas enseñan trabajos digitales, toda la galería es puro píxel, Me siento junto a un tipo y nos presentamos. Le regalo un poster Ignicionista y él me aclara que es pintor.
-¿Y por qué no haces vídeo tú también? -pregunto.
-Porque sería traicionar a la pintura.
-A mí me preocupa la videificación.
-A mí no –zanja el artista.
-¿Por qué?
-Porque sería contraria al espíritu de la pintura.
-¿Y cuál es ese espíritu?
-El de comprender a través de la concentración. El de atraer a través de la información, no de la difusión.
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