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Diarios neerlandeses, 38

por Claudio Molinari Dassatti

38

Pese a sonar muy holandés, el Haagse Markt –un mercado callejero de alimentos, ropa interior, electrónica y lo que toque— es el epicentro de la comunidad turca de La Haya. Me gustaría negar que las aceras y las calles de pronto se tornan mugrientas, pero sería mentira. En mí país ‘en desarrollo’, como si un enano fuera una persona alta en desarrollo, las zonas más adineradas también lucen impolutas y las más pobres, igual de mugrientas. Aun así, hay personas educadas que viajarán por el mundo durante décadas sin aceptar que la limpieza solo se conseguirse a golpe de dinero.

Tenemos ganas de picotear unos arenques pero la tienda, una de las pocas holandesas del mercado, ha cerrado. Son casi las 5 de la tarde, pero en una carpa turca conseguimos a buen precio un cuarto kilo de aceitunas rellenas de queso feta y menta, y otro de chiles rojos rellenos de queso de cabra. Los holandeses, prácticos siempre, para sacarse de encima los remanentes de fruta y verdura, los embolsan en surtidos de un kilo y los venden por 1 euro. Compramos tres bolsas. Me arriesgaría a afirmar que los holandeses son incluso mejores comerciantes que los árabes y los chinos.

Pero entonces descubrimos en otra bolsa a 1 euro varias cosas ovaladas del tamaño de un aguacate, pero de color rosado con unas aletas verdes que les salen por los costados. Aunque los enigmas de la bolsa se parecen más al Monstruo de la Laguna, la holandesa insiste en que se trata de un ‘kiwi chino’. Miramos a los monstruos con desconfianza. La mujer nos tranquiliza con una sonrisa:

-Lekker.-dice.
-¿Lekker? –pregunto yo.
-Lekker.
-¿Echt lekker?
-¡Zeer lekker!

—-
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