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El tonto de las flores

Miguel Pérez de Lema

Con el calor y la escasez de noticias de los periódicos se llenan cada verano de morralla, sexo encubierto, dietas, y tal. Pero entre que el oficio está chungo y hay que calentar la silla todo lo que el cuerpo aguante -otro día hablamos de lo de Cifuentes y las vacaciones optativas- y el hecho de que la epidemia de imbecilidad es un surtidor inagotable de ocurrencias mediáticas, uno no deja de asombrarse cada mañana ojeando titulares.

Hoy ha logrado su minuto de gloria un profesor de algo que anda muy ofendido porque le han echado de un templo por robarle las flores a un muerto. Y ahí que se ha hecho viral y ha entrado toda la peña de Internet a calentarnos la sangre un poco más de lo que corresponde a esta época del año.

La movida es que el templo es la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, y el finado, Franco. (Espacio para la reflexión).

Hace tiempo que venimos diciendo por aquí que en el desastre de la España del XXI, se han unido la crisis económica y la política, para propiciar el matonismo y envilecimiento moral del pueblo español.

Cualquier idiota, azuzado por la descomposición y el sufrimiento -generalmente suelen ser idiotas azuzados por el sufrimiento de otros, los sufridores en estas tierras siempre hemos sido mansos-, se viene arriba y como aquél que puso un revólver en la barra de un puticulb suelta su particular: «esta noche manda mi rabo».

Poco importa que la chulería sea en forma de referéndum trucho, de comparecencias por plasma, de rodear congresos de los que uno mismo forma parte, o como en el último y chusco incidente, mediante el robo de las flores de un muerto.

Lo bueno, de momento, es que por más que aumentan las demostraciones de chulería, hasta ahora nunca se da de morros un chulo con otro tipo de signo contrario, y se lían a navajazos. Lo malo es que eso ocurre luego en la red, a base de twits, comentarios en las noticias, y blogs, como este mismo.

También hemos dicho en esta casa hace tiempo que la convivencia es imposible, y que lo único que evita que nos partamos la cara cada mañana unos a otros es la indiferencia. Apostamos, ante la cultura de la imbecilidad, por la cultura de la santa indiferencia.

Mientras nos dejen.

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