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«Esperaba más»

Miguel Pérez de Lema

A ver quién es el guapo que no «esperaba más» de España.

Cuando te dan algo a cambio de nada, te están poniendo en el camino de olvidar el coste de las cosas, el origen de la manteca, los sinsudores de algún pringado que no es que pague la fiesta, es que el Estado le ha quitado la pasta antes de que pudiera olerla -en España un salario de mil euros paga más del 50% de impuestos, entre los directos y los indirectos-, ese panoli ibérico que ni siquiera tiene el orgullo de sacar la cartera y decir «tranquilos chavales, que esta ronda la pago yo». Porque los monises ya están donde Montoro, y desde allí polinizan los ubérrimos campos del pesebrismo.

Por nuestro mundo puerilizado corre un ancho río que nos divide. A un lado del río, los que esperan más. Al otro lado, los que esperamos menos. Menos es más.

Yo espero menos. Menos Gobierno. Menos Estado. Menos inmigración ilegal. Menos leyes. Menos reuniones de alto nivel. Menos complejos de culpa. Menos profesionales del chantaje emocional a cargo del presupuesto. Menos líderes de opinión que sólo opinan lo que les manden. Menos impuestos. Menos fiestas de la Democracia. Menos museos de la boina. Menos refuyis. Menos samba.

E mais trabalhar.

 

2 respuestas a ««Esperaba más»»

Pues en mi pueblo tenemos varias familias refugiadas: una siria, una palestina, una ucraniana y varios hombres sirios y eritreos, y les han instalado en unas casas de piedra con jardín que para mí las quisiera yo, justo enfrente de mi trabajo.

Doy por descontado que también tendrán sanidad y educación gratis. Los de Cruz Roja les llevan la comida y todos, absolutamente todos los refugiados, tienen teléfonos móviles bien grandes, supongo que iphones de esos que ni Miguel ni yo nunca tendremos, y supongo que se enganchan a la wifi de la biblioteca, que está al lado.. E magino que alguna paguilla tendrán, porque también les veo fumar, y no precisamente tabaco de liar.

Trabajar no trabajan: su condición de refugiado se lo impide.La verdad es que sus vidas no dan ninguna envidia. Y eso ahora, que todavía hace bueno y pueden tener las ventanas y las puertas abiertas y entretenerse con la gente que pasa por la calle. Ya veremos cómo se las apañan para no volverse locos cuando empiece el frío polar y la noche llegue a eso de las cinco y media de la tarde.

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