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Canas, 2

por Marisol Oviaño

canas2

Nos invitan a comer unos amigos a los que hace muchos meses que no vemos. Cuando llegamos a su casa, nos abren la puerta y, tras los abrazos, ella se me queda mirando y me dice:

– ¡Qué cabrita! Sigues sin teñirte las canas.

Llego a dar la clase quincenal a una empresa en la que llevo varios meses impartiendo un curso. Una de mis alumnas se ha teñido el pelo de otro color y comento que le favorece mucho. A cambio, miente para que yo no me sienta una rara.

– A mí lo que me gustaría es dejármelo como tú.

De joven yo era la más guapa de la pandilla. Hoy todas mis amigas son más guapas que yo. Mi amiga, que acaba de salir de peluquería de Jorge tras teñirse con barros exóticos su larga melena, ha pasado a buscarme por el local para que vayamos a tomar algo. Mientras aguardamos a que nos pongan la segunda caña, filosofamos.

– Las canas nos ponen años encima –dice ella.
– ¿Tú crees? Yo creo que es al revés: las canas corresponden a la edad que tenemos, y el tinte nos quita años –aventuro.
– No. El tinte no nos quita años –sentencia tajante-, son las canas las que hacen que parezcamos más viejas.

Una vez más, una desconocida se cuela en la trinchera proscrita pensando que está en la peluquería de Jorge. Y cuando la saco de su error, me pregunta:

– Es la primera vez que vengo, ¿sabes qué tal tiñen?
– Creo que bien. Pero no puedo hablar por experiencia propia –contesto señalándome la cabeza.
– Huy, pero es que tú las tienes muy bonitas –miente también esta-, parecen mechas.

Acompaño a mi madre a su banco, donde todos la conocen y la saludan. La cajera me mira un momento, se vuelve hacia a la autora de mis días y le dice:

– Vaya, qué bien, hoy has venido con tu hermana.

(Ver artículo anterior sobre las canas)

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