Categorías
Dinero General

Economía real

porhijadecristalero
Fotografía en contexto original: smallbiztrends

A mi hijo le tocó la lotería: mi hermana se iba a Estados Unidos por tres meses y le pidió que se encargara de su coche mientras tanto.

Poco después, justo antes de los últimos exámenes, expiró su contrato para trabajar los fines de semana en un supermercado. Le dijeron que no se lo renovaban porque la empresa había decidido recortar personal en toda España, días después se enteró de que habían despedido a las mujeres de la limpieza.

Que una gran empresa cuya seña de identidad es la imagen empezara a librarse de los más débiles de la cadena, no auguraba nada bueno. Le dije que no se durmiera en laureles y que empezara a buscar trabajo ya. Y antes de que acabara el curso universitario empezó un cursillo en un catering, con la intención de seguir trabajando en verano.

Pero cuando le dieron las notas de la facultad, se vio con todas las asignaturas aprobadas, con dinero ahorrado y ¡con coche propio! E hizo suya la lógica estudiantil: quien aprueba todo en junio (y más si se trata de una carrera doble) tiene derecho a un verano de holganza.

La mayoría de sus amigos, hayan aprobado o no, se levantan a diario entre la una y las tres de la tarde; la gran mayoría de ellos ni siquiera se hace la cama, y ninguno colabora en la economía familiar. En el fondo entiendo a mi cachorro. Sé que es difícil trabajar cuando los demás no lo hacen. También mis amigos, estudiantes como yo, haraganeaban durante todo el verano.

No resulta fácil ladrar a tu hijo para que se busque un trabajo cuando los demás padres compran motos, coches, viajes al extranjero, vacaciones con los amigotes en bonitas playas…

A pesar de que el país se va al abismo, todo el mundo parece encontrar la mar de natural que los jóvenes tengan tres meses de asueto. Mujer, déjales que disfruten. Como si la cosa no fuera con ellos.
Mientras desde arriba intentan acabar con la clase media, nosotros terminamos de ponernos la soga al cuello cuando enseñamos a nuestros hijos que el trabajo es sinónimo de martirio, que aprender a hacer cosas nuevas es un coñazo, que no necesitan madurar porque nosotros asumiremos todas las responsabilidades hasta que cumplan treinta años, que tienen derecho a todo sólo por haber nacido.

A mí nadie tuvo que ladrarme: necesitaba más dinero del que mis padres me daban y me puse a trabajar. Me gustaba aprender cosas nuevas, conocer gente y tener mi propio dinero. Mis amigos estudiantes vagueaban todo el verano, sí. Pero tenían que pedir pasta a papá y mamá, tenían que dar explicaciones. Parecían libres porque no trabajaban, pero no disfrutaban de la más mínima independencia: cualquier intento de rebelión se castigaba sin paga. El trabajo, además, me abrió la puerta a un mundo en el que nunca habría entrado si me hubiera conformado con estudiar. El trabajo que tenía a la edad de mi hijo tiene la culpa de que hoy, vosotros y yo, estemos aquí. Así de importante fue.

Pero cada uno es cada uno y sus circunstancias.
Durante todo el mes de julio, mi primogénito ha estado haciendo la cigarra todo lo que ha podido –apenas si ha trabajado ocho horas en todo el mes; las últimas cuatro, ayer-, viviendo como si en esta casa no practicáramos economía de guerra.

Mi hermana está a punto de volver, y el viernes mi madre vino a por su coche para llevarlo a una puesta a punto.
A mi primogénito le ha pasado como a España: de la noche a la mañana ha descubierto que, aunque se creía rico,en realidad es pobre y no tiene coche.

Antes de que su tía le prestara el suyo, eso no importaba demasiado. Pero ahora que ha probado la independencia de «tener» vehículo propio, tener que pedirme permiso para coger el mío le parece un atraso. Y los trabajitos de cuatro horas a la semana han dejado de ser suficientes.

El sábado, cuando volvió a las dos de la mañana de trabajar, me dijo antes de desplomarse en el sofá:

– Me voy a buscar un trabajo de seiscientos u ochocientos euros.

—-
Hijadecristalero es autora de Historia de un desclasamiento

3 respuestas a «Economía real»

Trabajo en el campo, a veces, y en la última cosecha llevé a mi hijo de 12 añazos conmigo para que viera de que va el percal. Me duró apenas dos horas, lo que tardó en meterse en el coche a tumbarse a morirse de cansancio. Por lo menos aprendió, o como mínimo sintió en sus carnes lo que es madrugar, estar incómodo con el sol, la sensación de cansancio, la sed y en definitiva lo que cuesta ganar un puñetero euro. También y no menos importante aprendió lo que es disfrutar del dinero que pudo ganar con ese día de «duro» trabajo. A todo esto tuve que enfrentarme a su madre que con su afán de superprotección, no le hacía gracia que su niño tuviera la más mínima incomodidad. A ver si espabilamos, coño ya.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *