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Familia General ser madre

Transoceánico

por Marisol Oviaño

Me despierto antes de que suene el despertador, e inmediatamente cojo el móvil para ver si mi madre me ha puesto un mensa. Nada. No me preocupo, pero me ocupo: me levanto, enciendo el ordenador y encuentro un correo de mi hermana: nuestra madre y mi hija han llegado sanas y salvas.

La abuela ha invitado a su nieta mayor a un viaje transoceánico, y mientras escribo estas líneas las dos duermen ya en territorio estadounidense. Casi toda la familia está allí, aquí sólo quedamos los tres tenores: mi hermano, mi hijo y yo. Y nuestros respectivos gatos.

Aunque sólo serán veintitantos días, voy a echar de menos el parloteo adolescente de mi hija, su risa, sus bromas -las que tienen gracia y las que no-, los arrumacos que le hace al gato, la mala cara con la que se levanta por las mañanas… Y su cariño. Su hermano no sabe abrazar, es un negado. Sin ella, nadie me asaltará en cualquier momento para darme un beso, un abrazo o refugiarse entre mis brazos.

Y, además, hay que cubrir su hueco en la tripulación.
No va a estar aquí para pelar patatas, ni para recoger la cocina, ni para limpiar los baños, ni para planchar camisetas, ni para ir a comprar el pan… Según escribo esto, me doy cuenta de que mi hija podría resultar útil en cualquier parte del mundo, también sabe cambiar pañales, preparar biberones y cuidar de niños pequeños.

Lleva meses soñando con este viaje. Cuando mi abuela quería hacer un extraordinario, nos compraba una bolsa de mini magdalenas. Por fortuna, mi madre se puede permitir regalar a su nieta mayor –ésa cuyo padre desapareció en combate, ésa en cuya casa siempre andan con apuros económicos, ésa que nos cuida- una experiencia inolvidable.

Voy a echar mucho de menos a Eude, sí.
Y espero que se lo pase tan bien, que no se acuerde un segundo de mí.
Se lo merece.

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