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Cosas que pienso mientras cocino: Realidades paralelas

por Marisol Oviaño

En estos días ando preocupada por mi querido amigo A.
El año pasado atravesó una mala racha laboral (poco trabajo, mal pagado o nunca cobrado) y dejó de pagar el alquiler durante unos meses. En cuanto se recuperó, volvió a pagar con regularidad, y sabe que podrá abonar lo que debe dentro de un par de meses, cuando venzan las facturas que tiene pendientes de cobrar.
Pero el casero no puede esperar más y lo acosa de tal modo que le hace la vida insoportable.

A es consciente de que, si se encastillara en la casa, podría vivir varios años gratis gracias a la lentitud de la Justicia.

– Pero no puedo hacer eso –me dice- somos un pobre extorsionando a otro pobre.

El casero compró dos casas en los tiempos de bonanza, la letra se pagará sola con el alquiler, ahora se ha quedado en paro y el otro inquilino dejó de pagar hace meses. El banco aprieta al casero y el casero aprieta a A.

Con la que se nos viene a todos encima, es mejor que empecemos a funcionar como tribu, porque el Estado no va a protegernos y el individuo que no tenga un clan que lo apoye, no podrá sobrevivir.

El otro día llamé a A para decirle que podía contar con mi ayuda. Dinero no puedo ofrecerle, pero sí apoyo y logística. Estuve buscando casas por la zona y encontré varias que se podría permitir, le mandé un correo con todos los enlaces y me llamó al día siguiente para darme las gracias. Me tranquilizó encontrarlo mucho más animado y activo. Le quiero mucho, no me cuesta nada echarle un capote en la difícil tarea de volver a empezar a los sesenta.

Cuando colgué el teléfono, B, que sigue habitando en el feliz mundo de la clase media de pagas extras, vacaciones y bajas pagadas, entró por la puerta de la trinchera proscrita.

– ¿Qué? ¿Te vas a algún sitio este puente?

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