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El guru y otras hierbas, 60

por Tímido Celador

Después de diez minutos de comba, creía haber dejado atrás la inquietud . Pero mientras me ponía los guantes, he vuelto a ver la emoción de esta tarde en los ojos de Laura ¡A lo mejor me dan una beca para estudiar cine documental en Nueva York!

He intentado dejar de pensar en ello haciendo sombra frente al espejo, pero mis ojos exigían respuestas: ¿Se acaba el amor cuando ya hemos aprendido todo lo que necesitábamos saber? Estaba tan distraído, que hasta Yónatan se ha dado cuenta de que hoy no era mi día.

El gimnasio no es sólo el lugar en el que se pone mazas, también es su oficina: se rumorea que es el camello de los vigoréxicos. Desde que volví a coger los guantes, ha estado intentando humillarme en vano. Con sus golpes, con sus bravatas, con sus músculos, con su BMW nuevecito e incluso con su espectacular novia rubísima. Habitualmente, mi experiencia en el ring vence a su juventud y su picardía de delincuente de medio pelo. Y le estoy muy agradecido: en los últimos meses he recuperado la forma gracias a su necesidad de impresionarme.

Pero hoy yo no podía dejar de pensar que Laura iba a hacer exactamente lo que Carlota había dicho que haría: desaparecer de la vida del Guru. Es la mejor escuela de Nueva York, ¡Nueva York! ¿Te imaginas? Me lo dicen dentro de unos días. Estoy seguro de que lo conseguirá: su documental ha sido seleccionado para participar en varios festivales. La semana pasada nos invitó a todos, internos y trabajadores de la residencia, a un pase privado en el salón de actos. Yo había salido de allí convencido de que diez años después, nadie me creería cuando contara que yo la había conocido.

Es lógico que no vaya a meter al Guru en su maleta.
Ninguno lo hacemos, ninguno nos llevamos al maestro que nos enseñó a leer y a escribir. Nos marchamos a vivir nuestras vidas y le dejamos ahí, para que siga enseñando a otros.

Hoy no tendría que haber aceptado guantear con Yonatán, no tenía la cabeza en su sitio.
Mientras yo me preguntaba si amar es la necesidad de seguir creciendo, Yónatan se preguntaba si podría sorprenderme con un derechazo inesperado.
Y lo ha hecho.
Me ha pillado tan distraído que, aunque no era un golpe demasiado bueno, he trastabillado sobre la lona antes de caer.

Yónatan vocea ahora su éxito agarrado a las cuerdas.
Yo, todavía sentado en el suelo, pienso en la generosidad del hombre que enseña a volar a los pájaros y los pone en libertad.
Yónatan sigue pavoneándose como un niño malcriado.
Y yo sonrío como un adulto: mañana le zurraré la badana.

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0 respuestas a «El guru y otras hierbas, 60»

Dispuesta a amar mientras pienso ¿qué loco andará por ahí a estas horas de la noche tecleando como yo lo hago?
Entre el ring y el cabaret, besos in crescendo.

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