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Poporul? Da-l in sange (¿El pueblo? Me cago en su sangre)

por Robert Lozinski
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Dicen que los vampiros salen de noche a chupar la sangre de sus víctimas. Es algo que pasa solamente en los cuentos. En el país de Drácula los vampiros nos chupan la sangre a la luz del día y descaradamente. No son muchos pero son insaciables. Encorbatados, trajes Armani, zapatos italianos, barrigas nutridas, relojes caros en torno a las muñecas, móviles siempre conectados a sus intereses. Conducen coches que valen lo mismo que un piso con dos dormitorios, muebles y familia incluidos. Su prepotencia no tiene límites. Ellos son los jefes, qué mierda, que han engordado con la sangre de este tonto y sufrido pueblo que nunca protesta.

Cuando uno empieza a notar que le falta gran parte del líquido rojo ya es demasiado tarde. Y ellos lo saben porque es algo que forma parte de su táctica: golpearlos, dejarlos en pelotas, escupirlos en la cara, humillarlos hasta que toquen fondo, hasta que no les queden ya fuerzas para hacer oír su vocecita de deshuesados.

Los vampiros son los políticos que para seguir chupando la sangre de su pueblo, tienen que comprobar primero entre ellos la fuerza de las mordeduras. Como los perros vagabundos de Bucarest que pelean a dentelladas feroces en plena calle sin que ni los pitos de los coches, ni los gritos de las madres con sus niños asustados en los brazos, los puedan separar.

El 6 de diciembre se celebra en el País de Drácula la segunda vuelta de las elecciones presidenciales entre Traian Băsescu y Mircea Geoană.
Hace exactamente 550 años, un 20 de septiembre de 1459, Vlad III Drácula firmaba el primer documento oficial en el cual mencionaba Bucarest (entonces Cetatea de pe Dâmboviţa) como sede de su corte. Nadie habla de eso. ¿Para que? La historia no es parné para comprarse una casa en la playa. No es un bolso “Hermes” de piel de cocodrilo para regaláselo a una amante, ni tampoco un Ferrari color rojo sangre para que el vampirito pueda ir cómodamente de putas. ¡Dejémonos de puñetas, señores! ¡Vivir el día! El pueblo que se joda, que se largue con sus muertos. Y si a uno le viene en gana, puede cagarse en su sangre.

En definitiva, qué es la historia sino una equivocada interpretación de quien la escribe.
Traian Băsescu, genio y figura, fue viejo lobo de mar, capitán de barco mercante en la época de Chaushescu, y actualmente se ha transformado en auténtica fiera política. Dicen que malvendió la flota pesquera del país, que hasta la caída del régimen comunista pescaba, no es coña, en casi todas las aguas del mundo. Lo dicen pero nadie es capaz de probar nada. Ha aparecido una grabación en la cual se ve al presidente, en un mitin electoral sacudiendo una hostia a un crío de 10 años.

– No lo sé, no me doy cuenta. El niño dijo algo, me dirigió una palabrota. Denme tiempo y prometo ofrecer una explicación- declaró el presidente en el programa de televisión.
O sea que, a cualquier mocoso que te suelta un taco hay que enseñarle modales con un par de tortazos.

Horas más tarde, sobre las once de la noche más o menos, el candidato a la reelección volvió a aparecer ente los medios para decirnos que en su vida ha golpeado a un niño, ni a su mujer. Lo de la mujer lo aclaró sin venir aparentemente a cuento, aunque todo el mundo sabe que el jefe del estado pierde fácilmente el control. Hace tiempo circuló un rumor según el cual Băsescu le descargó un cabezazo en la cara a un tipo que se opuso a que le derribasen su tienda, construida por lo visto ilegalmente. Así es nuestro presidente y ¡a tomar pol saco, capullos!

El país está hecho una mierda, abandonado por completo a merced del oleaje de la crisis. El Primer Ministro es al mismo tiempo Ministro de Educación y de no sé qué más, y el Ministro de Economía cubre también el puesto de Ministro de Sanidad. ¡Menudo gobierno tenemos! Los pensionistas la palman en sus casas oscuras y en la más absoluta soledad. El hedor a cadáver que se está pudriendo anuncia en la vecindad la presencia de la muerte. La degradación moral y física es cada día más notable. Diariamente salen en la caja tonta tíos y tías que nos cuentan cómo ellos, comiendo casi nada, han engordado, han ido acumulando kilo tras kilo, michelín sobre michelín y ahora se tienen que poner a régimen para aprender a comer con moderación. En la edad de oro de Chaushescu la gente guardaba larguísimas colas para hacerse con medio kilo de patas de pollo con garras y todo. En serio. La receta era muy sencilla: patas de pollo con garras y mucho mucho arroz para llenar el buche. Una especie de paella a la rumana enriquecida con calcio, ni más ni menos. Una auténtica lucha por la vida. Así le ha ido al pueblo de Drácula a lo largo de su historia. Su temor más grande ha sido siempre que en el futuro las cosas le vayan peor de lo que le van en el presente. Esto se transformó en el transcurso de los siglos en una verdadera táctica de supervivencia.

La hija menor de Traian Băsescu, Elena Băsescu, es eurodiputada. Ex modelo, patilarga, corte moderno del pelo, labios carnosos, morena natural. Da bien en un Parlamento, donde no por guapa es valorada una mujer. Las rumanas son así, lindas. Belleza melancólica, draculiana, ojos verdes etcétera. Antes de la caída del régimen Rumanía exportaba muebles y coches. Hoy exportamos coños y tetas. Si te das una vuelta por los clubs del país, ves a estas pájaras nocturnas dispuestas a sacarte la viruta como sea. Bellas, altas, culonas. Se insinúan con descaro. El pueblo de Drácula es machista. La mujer es mujer de verdad si luce un abrupto escote y mucha pierna al aire.

Mircea Geoană es el otro candidato a la presidencia del país. Ex diplomático, educado, con pinta de buen chico, serio y trabajador. Băsescu afirma que Geoană es el títere de los dueños de las cadenas de televisión más importantes del país. Vete a saber. Lo único que está claro en este follón político es que estos tipos actúan estrechamente de acuerdo con sus propios intereses.

Pues nada, el 6 de diciembre, cuando los niños limpian sus zapatos en espera de los regalos de San Nicolás, el Pueblo de Drácula vota. Hay quienes claman por el retorno de Vlad Drácula, El Empalador, que recurría al empalamiento para castigar cualquier fechoría. ¿Y si por casualidad volviera, joder? Bueno, teniendo en cuento el estado actual de las cosas, no me extrañaría que un taxista con mala leche le aplicara un revés del tipo «Para empaladores como tú, Vlad, tenemos buenos puticlubs. Yo te
llevo».

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Robert Lozinski es autor de La ruleta chechena

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