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Los negros

Miguel Pérez de Lema
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Dicen que todo va a cambiar ahora que América tiene su primer presidente negro. Yo no sé. A mí todavía me resulta demasiado blanco. Y los negros que yo he visto no se me asemejan en casi nada al señor presidente.

Hay, sin ninguna duda una división social entre pobres y no pobres en este gran país que tanto admiro. Ciertamente la hay en todas partes, la diferencia es que aquí donde todo es grande y obvio, esa división se apoya en el color para que no quepa la más mínima duda.

Trabajo unos días en el recinto ferial del Condado de Orange, en Orlando, un lugar excepcionalmente agradable en el que todos somos blancos. Al salir a la calle soleada y palmeral, con mi maletín de chico listo, dispongo de una enorme fila de taxis amarillos con sus correspondientes chóferes negros (aquí los taxistas no son propietarios del taxi sino empleaduchos en precario) que esperan a la solana para llevarme a mi lujoso hotel donde todos los huéspedes somos chicos listos blancos en viaje de negocios.

Entre estos chóferes abunda un tipo de hombre en estado terminal de hipertrofia, una humanidad reclusa dentro de una fisonomía en la que ya no es posible descubrir en qué punto del torso comienza o acaba su panza. Una esfericidad completa e incapacitante, propia de un individuo que se debe alimentar con el criterio de un niño de ocho años, y el apetito de un hipopótamo. Una metáfora humana del reverso tenebrosamente pueril y cruelmente tentador de esta amada nación.

Deambulando por el recinto ferial encuentro a la única pareja de negros indoor. Dos ancianitos a los que han permitido trabajar en el templo del hombre blanco… limpíandole los zapatos.

Deambulo sin hacerme notar alrededor de esta pareja que transmite una dignidad antigua, densa, casi doliente. Son muy viejos, sin duda matrimonio de largo recorrido, y se tratan con mucha dulzura, cuidándose hogareñamente en su chiscón, turnándose para atender la limpieza de los zapatos.

Ella sonríe a los clientes con sonrisa pacífica y servil. Él no. Consigo una foto de cada uno de ellos y me alejo mirando mis zapatos, sopesando la idea de si me atrevería a probar el servicio. Pero no, yo no tengo corazón para subirme al trono del hombre blanco mientras la anciana negra sonríe al verse reflejada en el charol de mis zapatos italianos.

Que Dios bendiga a América.
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0 respuestas a «Los negros»

El artículo es buenísimo. Y pienso en la cuestión que planteas al final: te da vergüenza sentarte en el sillón a que te limpien los zapatos. Y sin embargo, la anciana pareja vive de eso. Si todos los blancos tuvieran esos reparos (¿de educación judeocristiana?), ese hombre y esa mujer no tendrían manera de sobrevivir. Es la ley de la oferta y la demanda: ellos ganan dinero limpiando zapatos. Probablemente ellos preferirían que te hubieras sentado y hubieras contribuido al sostén de su economía familiar. Probablemente odien a Nike, Reebok y demás por fabricar calzado que no necesita betún.

Vicente Ruiz «Búfalo», limpiabotas de calidad, filósofo y erudito taurómaco, limpiaba feliz los zapatos de su ídolo, Jose Alvarez «Juncal», mientras hablaba de tú a tú con el maestro sobre lo que más le importaba en el mundo: los toros y las mujeres…
Uno debe saber en esta vida si es «Búfalo» o «Juncal» y sentarse en el trono con la misma clase que en la caja del betún.
Tambien es sabido es que si eres puta, lo importante es que te guste follar (o al menos, hablar con los clientes)

En Estados Unidos nada es más sagrado que el dinero. Y la manera en la que uno lo gana es a menudo una cuestión de orgullo. Tu pareja de negros ofrece un servicio, similar al de la persona que te sirve un café o te cocina una hamburguesa. No se encuentran ahí por caridad ni para que les hagas un favor. Sí, son gente de color. Sí, de alguna manera se postran delante tuyo mientras te sientas tranquilamente en tu trono temporal, del que desciendes una vez terminada la tarea y les pagas por su destreza, tiempo y esfuerzo. Probablemente les gustaría dedicarse a otra cosa. Quizá lo hayan hecho, y ahora, retirados y sin grandes recursos, no les quede más remedio que seguir trabajando. Pero están ahí para cubrir una necesidad, al margen de cualquier razonamiento socioeconómico. Y en este país, en el que hay quien al cruzarse con un mendigo piensa «Why don´t you get a job?», tienen el respeto de la sociedad.

En cuanto a Barack Obama, no olvidemos que es tan blanco como negro. En realidad más blanco, si consideramos sus circunstancias y educación. Y un apunte que no se suele mencionar pero que no deja de resultar revelador: Como es el caso en la casi totalidad de la población negra de Estados Unidos, los antepasados de la pareja de limpiabotas muy posiblemente llegaron al país como esclavos. Ése no es el caso de Obama, cuyo padre vino al país desde Kenia como un estudiante privilegiado. Una considerable diferencia.

Por cierto, enhorabuena por el sitio.

Hablar con los dientes, ¡que bonito! ¿y eso cómo es? y tu comment, ¿se refiere al artículo de Miguel? Y ya de paso me cuentas a cuantas putas les gusta follar con tipos tan listos como tu.

No es su primer presidente negro;
es su primer presidente mulato (el diccionario de la Real Academia hace distinción y no creo, desde luego, que se trate racismo alguno).
No sé en la educación española, pero cuando yo estudiaba le Bac (equivalente la EGB, allá por el ¡milenio! anterior), se decía cuántas razas y «cruzes» existían en el planeta. A aprendías que uno no es tan sólo blanco o negro, también puede ser mulato (negro puro/blanco puro), zambo (negro puro/ indio puro), cuchichí (payo puro/gitano puro), cuarterón (cruze de cuchichí con blanco puro) ETCCCCCCC.

Yo sí he conocido y conozco mulatos tipo Obama, pero dentro del mundo de la música y de la producción cinematográfica y televisiva (lástima no aceptar sus propuestas laborales en los momentos en los que podría haber dicho sí. Y hablo de propuestas profesionales, no sexuales. Pero llega un momento en el que una comete la estupidez de enfermar, echar raíces y tener descendencia; demasiado complicado para moverse).

También conozco negros puritísimos africanos con pasta. Y blancos paurérrimos incultérrimos, animalérrimos, brutérrimos y todo lo que se pueda ocurrir con la terminación «érrima».

No es cosa de razas ni del cruce de las mismas. Es cosa de pasta. Tanto tienes (y aparentas), tanto vales. Da igual que seas zambo, cuchichí, amarillo limón o verde morcilla. Da igual

Así que, la próxima vez, quizá debamos dejar que nos limpien los zapatos o el cutis. Desde luego, lo que no deberíamos permitir es que nos limpiara hacienda la cuenta corriente, o el «sobrante» de la declaración de la renta, para que luego se invierta en majestuosear, más aún, el Palacio de Correos en Madrid, hoy sede de los Gallardones, o, una vez más, remodelar la madrileña Puerta del Sol (eso sin hablar que con lo que te limpia el estado y sus impuestos indirectos, se enriquece a banqueros y otros grandes capitalistas).

Anyway. Voy a comer, que, como veréis por el tono de mi discurso, debo tener el azúcar por los suelos. Las subidas y bajadas en la diabetes indignan. Entonces una aprende a reconocerse víctima del terrorismo dictatorial de una hormona: la insulina.

Salud para disfrutar.

Me gustó el artículo.Nada es nuevo.Negro versus blanco.Pobres versus ricos…e infinidad de diferencias,hoy como bastantes veces coincido con Marisol..la ley de oferta y la demanda. Y en el medio la dignidad, que no es poco.Susana. (mujer argentina).Piu avanti con la Revista y su contenido.

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