Miguel Pérez de Lema
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Nos han dado mucho la brasa con lo del 68 en París, cuando a lo mejor la modernidad, nuestra verdadera modernidad, explotó en Inglaterra algunos años antes, con los mods y los rockers dándose alegremente de hostias en las playas de Brighton.
Aquellas «quedadas» y las consiguientes peleas masivas, vistas ahora nos parecen mucho más pop, y por ello más contemporáneas, que las vindicativas algaradas de los rojelios marxistones. Qué plastez y qué antigualla. Y qué imposible encontrar una conexión con los viejos chaquetapana, yupankis, y toda esa espesura poetajochimin.
Aunque haya hoy razones de sobra para gritar y la revolución siga pendiente, somos incapaces de creérnoslo, incapaces de participar en la realidad de real, y sólo somos capaces de participar en un simulacro, en una representación. Eso es ser moderno, o posmoderno, o como gustéis. Y eso empezó en Brighton.
La loca muchachada de gamberros, marchando sin ton ni son, disfrazándose y representando un enfrentamiento entre facciones, es moderna. Es el principio de lo moderno.
Aquí el fenómeno llegó en los 80 y lo llamamos movida, y supimos que la transición se había consumado el día que los fachas dejaron apalear melenudos en el Rastro, y fueron los pijos los que empezaron a pegarse con los jevis, y los rockers de Malasaña salieron a zurrar a los nuevos románticos con sus corbatitas de teclado de piano, que casi estoy por decir que se lo merecían, era demasiado provocar.
Lo cual que me acabo de enterar de que hoy esto está pasando en México DF, entre unas cosas llamadas emos y otras cosas llamadas punketos. Y me ha hecho gracia la cosa. Bienvenido, México, a la modernidad. La revolución ha muerto.
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