por Marisol Oviaño
Hoy se pasó por la trinchera proscrita un escritor que te conocía desde que eras un crío.
Aunque ni yo sabía que él te conocía, ni él sabía quién era yo, la conversación nos llevó a descubrir que te teníamos en común.
Me dijo que te había visto por última vez hacía tres años y que entonces le dijiste que mejor no le contabas:Para una vez que nos vemos…
Me preguntó por ti.
He aprendido a resumir tu calvario en dos líneas. Rápidas, profesionales, letales.
Se quedó sobrecogido.
Quiso que te diera un abrazo de su parte cuando te viera.
Le expliqué que no te veo nunca porque te da vergüenza que veamos en qué te has convertido.
Cuando ya se iba, comenzó a abrir la puerta y se volvió una última vez.
– Me dejas helado con lo que me has contado. Qué pena, qué pena – me dijo muy afectado.
– La coca es así- contesté encogiéndome de hombros. Aparte de escribir una novela, poco más puedo hacer.
– Es el horror. El horror.
Y quizá hasta hoy no haya comprendido en toda su grandeza las últimas palabras del Kurtz de Conrad en El corazón de las tinieblas.