por Marisol Oviaño
Desde que se hizo pública la sentencia judicial por el caso de la manada, se han sucedido las manifestaciones en su contra, las redes sociales claman como si a los cinco acusados los hubieran absuelto, y a mi WhatsApp llegan mensajes que piden mi apoyo para inhabilitar a los jueces del caso.
Yo, al contrario que la jauría, no sé si fue violación o abuso.
¡Pero es que eres mujer y tienes una hija!
También tengo un hijo y, aunque dudo mucho que algún día se viera en situación semejante, querría que tuviera un juicio justo.
De modo que, para opinar con criterio, he dedicado unas cuantas horas a leer la sentencia, cosa que sospecho no ha hecho prácticamente nadie de los que andan clamando venganza.
Quizá haya algunos jóvenes que acudan a San Fermín por su amor a la tauromaquia. Pero no nos engañemos, casi todos lo hacen para lo que llaman desfasar. Esto es, beber y drogarse. Y cuando la gente bebe y se droga, suele hacer cosas que no haría serena. Recalco esto porque no podemos obviar que la noche de autos los seis implicados iban hasta arriba de alcohol, e imagino que también de drogas.
Los cinco condenados no son unos chavales inocentes que en una noche de borrachera han cometido una estupidez. El historial de algunos de ellos está salpicado de antecedentes penales, incluso por futbolísticas riñas tumultuarias, lo que nos puede dar una medida de su catadura intelectual y moral. El hecho de que en sus conversaciones de WhatsApp ya hablaran de que esperaban hacérselo con una chica los cinco juntos -para gustos, los colores- y el juicio pendiente por abusos a otra chica a la que toquetearon y grabaron cuando estaba inconsciente, tampoco habla en su favor. Personalmente, me parecen gentuza y espero que, si les encuentran culpables también de esta agresión, los jueces apliquen la máxima dureza de la ley por reincidencia.
Ella era una cría, estaba borrachísima y probablemente fumada, pues declaró que creyó que entraban en el portal a hacerse un porro. Toda la acusación se basa en que ella dice que cuando estuvieron en la plaza sólo hablaron de las cosas habituales entre desconocidos; ellos, por el contrario, afirman que estuvieron hablando de practicar sexo en grupo los seis juntos. Es la palabra de ella contra la de los otros cinco.
A medida que he ido leyendo la sentencia, he tenido la sensación de que esta se ha escrito bajo la presión de las manifestaciones feministas, pues se da validez de prueba a cuestiones intangibles e imposibles de probar, como son las sensaciones que se le atribuyen a la denunciante. Pero no he encontrado nada que pudiera llamarse pruebas. Los hechos probados son que ella se acercó a ellos, que se marchó con ellos por su propia voluntad e incluso les acompañó a buscar un hotel.
No hay evidencias de que la obligaran a nada, en los vídeos de las cámaras de seguridad se la ve caminando con ellos tan tranquila, el empleado del hotel al que acudieron a buscar una habitación para follar sólo vio una alegre pandilla en la que todos iban medio ciegos, ella misma reconoce que se besó con uno de ellos, y por las descripciones de los vídeos que grabaron los condenados, no se puede afirmar que aquel sexo sórdido no estuviera consentido. Duran apenas unos segundos, y en uno de ellos ha quedado constancia de la siguiente conversación:
Pág. 63.
“¿Quieres que te la meta?, – “Sí”. – “pal fondo, vale.”.
Podemos especular sobre las razones por las que contestó afirmativamente, pero los jueces tienen que dictar sentencia en función de las pruebas. Y aunque la jauría grite ¡No es no!, las pruebas dicen que antes de penetrarla, uno de ellos le preguntó si quería ser penetrada y ella contestó que sí.
Esa sensación de que no había pruebas de nada, se ha acrecentado cuando he leído el voto particular del magistrado Ricardo Javier González, mucho más detallado y preciso que la sentencia propiamente dicha. Del voto particular se desprende, entre otras cosas, que la víctima ha ido cambiando su testimonio para que fuera encajando en la acusación.
(pág. 179 y 180))
«En primer lugar, que, comparadas las declaraciones prestadas por la denunciante ante la Policía Municipal y el Magistrado-Juez instructor con su testimonio ofrecido en el acto del juicio oral, se podría predicar de este último cualquier cosa menos firmeza o matización, pues fue tal la falta de sintonía entre las unas y el otro que cabe afirmar, con rotundidad, como ya se ha venido a anticipar en este voto particular, que lo realmente acontecido en el plenario ha sido una verdadera rectificación o retractación de la denunciante respecto de lo manifestado en sus primeras declaraciones, y que motivaron, como ya se ha expuesto también, el curso del procedimiento.
En segundo lugar, que las rectificaciones de lo declarado respecto a lo denunciado no solo afectan a los hechos nucleares de la acción delictiva imputada a los acusados, sino también a otros aspectos, ciertamente más circunstanciales y accesorios, pero que encajaban mal con los datos que la investigación fue revelando a lo largo de la instrucción y que tras esas rectificaciones encuentran sin duda mejor acomodo con los datos objetivos que la investigación aportó al sumario; algo que, en razón a que ningún motivo se ha ofrecido para justificar un cambio de tal calidad entre lo que se denunció y lo que se declaró en juicio, abona la duda de cuál sea la verdadera razón de tan llamativa rectificación, tanto de lo esencial como de los aspectos accesorios de la misma.
Pág. 182
“Existen sin embargo dos versiones contradictorias respecto al hecho de que tales relaciones fueran consentidas o forzadas; la de la denunciante que afirma que las relaciones sexuales mantenidas fueron sin su consentimiento y que en todo momento fue ajena a las intenciones de los acusados de mantenerlas, y la versión de estos que
afirman unánimemente que, ya en la conversación que mantuvieron en el banco de la Plaza del Castillo, los seis convinieron mantener sexo en grupo. De este modo, la determinación acerca de la existencia de consentimiento o no por parte de la denunciante se erige en el thema decidendi de este proceso”.
Pág. 184
“La sentencia mayoritaria concluye, en este aspecto, que la denunciante ha mantenido de modo sustancial la versión acerca de cómo se desarrollaron los hechos, y, si bien detecta, expone y reconoce que, “en algunos extremos” se ha apartado de su versión inicial expresada en el momento de presentar su denuncia y ratificarla posteriormente ante el juez instructor, minimiza y niega cualquier trascendencia a dichas modificaciones reduciéndolas a la categoría de simples “puntualizaciones” o “matizaciones”, para terminar afirmando que su relato goza de plena persistencia en la incriminación. Frente a ello, considero que la denunciante ha incurrido en tan abundantes, graves y llamativas contradicciones que las modificaciones introducidas en su relato durante el acto del juicio oral constituyen auténticas retractaciones y ello hasta el punto de considerar quebrada la persistencia de su relato de manera insalvable. Lo declarado en juicio por la denunciante ha dejado sin sustento alguno el eje sobre el que se inició y desarrolló todo el proceso, alumbrando ahora un relato que configura un desarrollo de los hechos radicalmente distinto al que ha sido objeto de investigación, consideración, acusación y defensa”.
Pág. 185
“El hecho de que su versión en juicio haya resultado radicalmente opuesta en muchos aspectos a lo que manifestó en aquel momento (y también en instrucción) no puede tratar de salvarse, como se pretende en la sentencia mayoritaria, so pretexto de “las circunstancias personales de abatimiento, confusión, tensión y agobio en que fueron
prestadas, especialmente la primera, muy poco después de haber sido asistida en el Complejo Hospitalario de Navarra”; menos aún cuando en el plenario, a preguntas de su propio letrado, la denunciante manifestó expresamente que mantenía su denuncia sin añadir ninguna aclaración acerca de las evidentes contradicciones entre lo que allí
consta y lo que estaba declarando en juicio”.
Pág. 188
“En efecto, no puedo compartir el modo en que la sentencia mayoritaria desdeña todas aquellas manifestaciones de la denunciante que entorpecen el argumentario sobre el que fundamenta el juicio sobre su credibilidad, pretextando, reitero, aquella situación de “abatimiento, confusión, tensión y agobio” de sus primeras declaraciones, al tiempo en que, sin embargo, da por buenas aquellas manifestaciones suyas que sí lo favorecen, obviando que aquellas y estas, necesariamente, se habrían prestado bajo el mismo estado emocional, sin que, por lo demás, se trate de justificar siquiera por qué se desechan las unas y se aceptan las otras”.
No entraré a valorar la opinión de Ricardo Javier González sobre los vídeos que grabaron los condenados porque, a juzgar por las descripciones, cualquiera puede ver en ellos lo que quiera ver.
Tampoco valoraré las periciales psicológicas, aunque también hay en ellas cuestiones que me hacen dudar de la veracidad del testimonio de ella, que ni siquiera se había enterado de que eran cinco hombres y no cuatro, como dijo en su primera declaración.
En la sentencia se achacan sus contradicciones y sus “no recuerdo” a la confusión propia del shock en el que se hallaba. Pero es que esas contradicciones y esa pérdida de memoria selectiva (en alguna ocasión afirma que no recuerda de qué hablaron, pero que sabe que no hablaron de sexo) también encajan perfectamente en un cuadro de borrachera. De esas en las que cuando te despiertas al día siguiente y te acuerdas de lo que hiciste –o lo que es peor, te lo cuenta un amigo porque tú no te acuerdas de nada-, te quieres morir. Y lo que sí es un hecho probado es que ella estaba como una cuba.
Eres una cría, tienes dieciocho años, ninguna experiencia de la vida y has ido a San Fermín a desfasar. En el bullicio te has perdido de tu amigo y, animada por el alcohol que te corre por las venas, los porros que te has fumado y la borrachera colectiva, vas hablando con distintos grupos de gente a los que no conoces de nada. En un momento dado, te acercas a unos chicos que están sentados en un banco y empiezas a hablar con ellos. Estás completamente desinhibida, y cuando te hablan de practicar sexo en grupo con ellos, les sigues el rollo y te las das de mujer experimentada que puede con lo que le echen. Después, te vas con ellos por tu propio pie, y cuando te quieres dar cuenta del lío en el que te has metido, es demasiado tarde para dar marcha atrás. Todo se acaba, ellos se marchan como los cerdos que son, te sientes humillada y sucia y no acabas de comprender qué es lo que ha pasado. Estás todavía borracha y confusa, no te acuerdas bien de cómo han sucedido las cosas ni puedes pensar con claridad. Y cuando descubres que además te han robado el móvil, te vienes abajo. Entonces sales a la calle, te sientas en un banco y rompes a llorar.
A partir de ahí, todo se precipita.
Algo que debía haber sido íntimo va a estar en boca de todos; para empezar, de tus propios padres. Y a ver con qué cara les dices que estabas borracha y drogada, y que te fuiste a las tres de la madrugada con cinco desconocidos.
No hay pruebas de que sucediera esto, pero tampoco de que sucediera lo contrario. Desde el principio se vio que era un caso muy complejo en el que había que dejar trabajar a los jueces. Sin embargo, pasándose por el forro la presunción de inocencia de los acusados, las feministas del todos somos Juana se han encargado de condenarlos antes del juicio y de lanzar a la jauría contra los magistrados tras la publicación de la sentencia.
Después de leerla, mi sensación es que si esos hijos de la grandísima no se hubieran llevado el móvil, nunca habríamos oído hablar de este caso.
Ellos son unos malnacidos, unos seres despreciables para los que las mujeres sólo somos un cacho de carne, y espero que en la cárcel reciban su misma medicina. Especialmente el guardia civil y el militar, que se supone que trabajan para proteger a la ciudadanía. Los cinco merecen que todo el peso de la ley caiga sobre ellos, pero no hay ninguna prueba de que fuera violación tal y como se describe en el Código Penal. Los jueces se limitan a aplicar la ley,por eso les han condenado a nueve años de prisión cada uno. Pero los agitadores de la calle han reaccionado exactamente igual que habrían hecho si los hubieran absuelto.
¡No es abuso, es violación!, grita la jauría.
Tal vez haya que cambiar la ley, dicen voces más calmadas.
Pero, ese cambio ¿no vendría a convertirnos a todas las mujeres en seres menores de edad que no pueden responsabilizarse de sí mismas?
Luz Sánchez-Mellado cuenta en El País que preguntó en Twitter qué decir a sus hijas después de la injusta sentencia, y se indigna por algunas de las respuestas obtenidas: “Que no se metan en un portal con cinco tíos, me contestaron muchos señores y alguna que otra señora. Se me heló la sangre y me hirvió al mismo tiempo con este terrorífico consejo que, a la vez que victimiza y culpabiliza a todas las mujeres, privándolas de su derecho a hacer lo que les dé la real gana, criminaliza a todos los varones”.
Percibo en su artículo esa perplejidad que experimentan los buenistas cada vez que la realidad contradice su idealización del mundo. Todos tenemos derecho a pasearnos libremente por donde nos dé la gana, pero hay barrios a los que mejor no llevar un Rolex y un teléfono de 600€; porque el derecho a que no te roben no evita que haya ladrones.
“Y, tanto como me niego a aceptar que las mujeres no puedan meterse donde quieran y con quien quieran, me niego a pensar que todos los hombres sean violadores y/o abusadores sexuales en potencia”.
Ese negarse a aceptar resume el infantilismo de un importante sector de la población. Los derechos no son un superpoder que nos pueda proteger de todos los peligros. No podemos educar a nuestras hijas como si vivieran en un mundo sin peligros, no podemos decirles: “Sal, emborráchate, drógate y vete con desconocidos, que no va a pasarte nada”. Decirle a una hija que tenga cuidado con lo que hace y con quién se junta (algo que, por otra parte, también es válido para los hijos), no es acusar a todos los hombres de violadores. Sólo es sentido común, justo lo que no encuentro en el artículo de Sánchez-Mellado.
Hemos convertido el sexo en una mercancía más, como si no tuviera ni importancia ni consecuencias. Les decimos a las nuevas generaciones que las diferencias biológicas entre hombres y mujeres son imposiciones del heteropatriarcado y les hacemos creer que el sexo es igual para todos. Pero no vemos manadas de mujeres a la caza de un hombre que follarse entre todas. Hombres y mujeres vivimos la sexualidad de distinta manera, eso es lo primero que Luz debería decirles a sus hijas.
Y con esto no estoy diciendo que los hombres sean todos violadores. Tampoco creo que todas las mujeres sean cleptómanas, por poner un ejemplo. Pero, por nuestro propio bien, las mujeres tenemos que asumir que la libertad implica que seamos responsables de nuestros actos. Porque no siempre tendremos la suerte de cruzarnos con lobos buenos como estos
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13 respuestas a «Tras leer la sentencia de la manada»
¡Bravo Marisol! Exaustivo trabajo de análisis de la sentencia, lúcidas conclusiones y valiente exposición. Comparto al 100% tu opinión.
http://www.elmundo.es/comunidad-valenciana/alicante/2018/04/29/5ae48cf246163f10408b45f1.html
Yo iba a comentar lo mismo, pero se me han adelantado: ¡Bravo! Sin haber leído la sentencia, coincido contigo en casi todo, aunque personalmente creo que fue sólo el robo del móvil lo que enrabietó a la chica. Estaba demasiado colocada para pensar en lo que sucedería después. Posiblemente, participó porque quería probar y quizá para sentirse más mujer, y al final se dio cuenta (borrosamente) de que aquello no era lo suyo.
Por lo demás, recuerdo al personal que el nazismo fue simplemente una caza de brujas que se fue extendiendo hasta alcanzar masa crítica. Derecha, izquierda, futbolismo o feminismo, el fenómeno psicológico es el mismo.
Fue noticia hace poco el hecho de que un edil de no sé qué pueblo (o ciudad, perdón si me equivoco) recomendaba la abstención para evitar los problemas que genera el sexo sin límites. La jauría de la prensa, de la calle y de los balcones se le echó encima gritándole que lo que propone amenaza la libertad. Las consecuencias de esa libertad, que para muchos significa hacer lo que nos viene en gana, las pagamos todos. Muchos padres de alumnos que estudian en el centro donde soy profesor no creen que faltar a clase sea algo grave, y te lo plantean tal cual. El hecho en sí no lo es tanto; se puede faltar y aprender sin problemas si hay ganas de hacerlo. Más importante es lo que hace el crío cuando falta a su horario de estudio: ¿fuma, se droga, toma alcohol, sube ebrio a un coche o conduce drogado una moto? En estado eufórico casi siempre se buscan sensaciones más fuertes, aventuras para contar o para hacerse fotos y enseñarlas. Y esas aventuras pueden acabar mal, con incidentes de todo tipo, accidentes o incluso muerte. Y entonces nos ponemos a buscar responsables, a alguien para acusar y para meter en el trullo.
A los jóvenes de hoy ya no les puedes aconsejar la inhibición en una sociedad donde la pornografía se consume como cualquier otro producto. Hay que educar, educar y educar sin descanso, una tarea harto ardua mientras no colaboremos todos en ella, profesores, padres, médicos, policías, políticos, prensa. Pero, como ocurre casi siempre, a la hora de tomar una decisición empezamos a contradecirnos en cuestiones sencillas.
Y aún así, no veo porqué son unos cerdos y unos hijos de la grandísima por querer sexo libre de ataduras o no quedarse después del polvo. Dudo que le hubieran prometido paseos por la playa y cenas a la luz de las velas. Muchas mujeres actúan igual y no son unas zorras… ¿O sí?
No son unos cerdos por querer sexo libre de ataduras. Te puede gustar el sexo libre de ataduras y tener la educación de esperar a que la otra persona se suba las bragas antes de salir corriendo. Pero estos tuvieron la empatía de una ameba y no sólo no esperaron a que la muchacha se vistiera, sino que, además, le robaron el móvil.
El hecho de que en Pozoblanco grabaran un vídeo en el que toqueteaban a una chica inconsciente, no indica que sean precisamente unos caballeros. Son unos cerdos, escoria que tarde o temprano habría ido a parar a la cárcel.
Alguien tenía que decirlo. La histeria desatada resulta realmente indecente. Me ha recordado la manipulación del asesinato de Miguel Ángel Blanco.
Pág. 63.
“¿Quieres que te la meta?, – “Sí”. – “pal fondo, vale.”.
Podemos especular sobre las razones por las que contestó afirmativamente,[…]
Sin embargo, en el extracto literal de la Sentencia se recoge:
En el intervalo comprendido entre los segundos 00:16 a 00:22, se continúan escuchando gemidos y jadeos , de origen y contenido inespecífico así como un registro de voz de un varón que mantiene un breve dialogo, de un contenido semejante a : “¿Quieres que te la meta?, – “Sí”. – “pal fondo, vale.” .
Del contenido de este registro, no inferimos, que fuera la denunciante quien promoviera la verificación de algún tipo de actividad sexual. Teniendo en cuenta que la expresión “pa el fondo” coincide con la terminación del vídeo que examinamos.”
-¿Confesó afirmativamente? No lo leo así de contundente-.
No parece discutible que en la Pág. 76 se recoja que “en el momento de comisión de los hechos denunciados, presentara entre 1,3225 y 1,2235 g/l de alcohol en sangre” El nivel máximo para conducir para conductores en general es de 0,5 g/l.
Vale sí, puede que fuera cierto que dijera “que podía con los cinco” y que fuera hablando distendidamente de sexo hasta encontrar el lugar adecuado, pero más lo es que todos coinciden en que cuando la interpeló el primero, ella pretendía ir al coche a dormir; postura coherente con la cantidad de alcohol en sangre, tres horas después de los hechos, y no tanto con la capacidad que podía presentar la víctima que relatan los acusados de conversación distendida de temática sexual y los verdaderos motivos que tiene para denunciarles, molesta por la forma en la que se despidieron de ella –después de la descripción de imágenes recogidas por ellos mismos.
Estoy relativamente de acuerdo, en que quizás si hubieran dejado en su lugar el teléfono móvil, es probable que no hubiera denunciado, esa misma motivación es la que pudiera explicar las contradicciones de la víctima y que se significan en la propia Sentencia. En este caso, sin la denuncia de la víctima no hay caso. Pero la hay, y lo hace de manera inmediata, cuando tiene la mínima oportunidad sin conocer que existían imágenes de los hechos. A pesar de continuar en el mismo estado de embriaguez, lo tiene claro: “me han violado” Yo también, después de la lectura de la Sentencia, es una AGRESIÓN SEXUAL.
Hace unos días hablando con un familiar que, por su condición de guardia civil, tiene conocimiento profesional de la ley vigente y de casos similares, le pedí su opinión sobre la sentencia. Me respondió que no podía posicionarse dado que este tipo de delitos son de muy difícil calificación.
De lo que no tiene ninguna duda es de que el actual código penal es muy estricto respecto a la existencia de consentimiento explícito en las relaciones sexuales entre adultos. Me puso un ejemplo: una mujer adulta decide libremente mantener sexo grupal con tres hombres. Tras copular con dos de ellos, decide que no le apetece seguir. A partir de ese NO, cualquier acto sexual por parte de sus compañeros de cama podría calificarse como agresión sexual y, llegado el caso, violación. Para la ley actual, NO es NO.
Entiendo que en el caso de la Manada, tras 6 meses de análisis y debate del contenido probatorio, incluidos los vídeos y las declaraciones de la demandante, los jueces no encontraron ni rastro de ese NO. Tras leer la sentencia, como es el caso de Juanjo, todo el mundo tiene derecho a opinar, ,
Pero entiendo la indignación del poder judicial ante el linchamiento, mediático, público y político de los magistrados llevado a cabo por periodistas, tertulianos, políticos, activistas y demás carroñeros populistas de turno. Y me preocupa el corporativismo de género que practican muchas mujeres como las que al ser preguntadas ante la cámara en una de las manifestaciones el motivo de su presencia en ella, contestaron: » Bueno, somos mujeres ¿no?»
Me permito disentir totalmety sugerir esta entrevista
https://politica.elpais.com/politica/2018/05/09/actualidad/1525886000_192925.html
Gracias
No me parece mala idea ponerle un sólo nombre y ajustar las penas en función de los agravantes.
Pero no he encontrado en la entrevista nada que diga qué hay que hacer cuando sí hay consentimiento. O cuando no hay «no consentimiento», si lo prefieres, que sería el caso de la manada. Y como ya he escrito un artículo contando lo que yo pienso, no me enrollo más.
Después de informarme más a fondo sobre los cinco prendas, casi me arrepiento de haberlos defendido. Son gentuza de la peor calaña pero, pese a todo, difícilmente me va a convencer nadie de que empujar con el culo hacia atrás cuando un tío te la está metiendo a cuatro patas o agarrar la minga de un caballero ‘para no caerse’ (versión policial, creo) y meneársela ‘por instinto’ (versión de la denunciante) significa ‘no’. Y el detalle que más me intriga: ¿es posible violar a una señorita repetidas veces sin que ningún médico haya certificado después el más mínimo desgarro vaginal o anal?
En cualquier caso, considerando el historial político-futbolístico-sexual de esos cinco jinetes del Apocalipsis, sinceramente me alegro de que estén en el trullo. Por muchos años.
Muy buen trabajo. Te felicito