En la pista, la inglesa de antes se pone una botella de Heineken entre las piernas. Su amiga abre la boca y se traga el pico como si estuviera vaciando el contenido neto de su novio. A nuestro lado, muy pero muy quieto, tenemos a un negro de unos 60 años vestido de rapero: gorra, gafas negras y un pañuelo rojo escapándosele del bolsillo trasero. Es demasiado negro para ser un rapero de verdad, seguramente sea de Liberia o Sierra Leona. Supertoff se acerca:
-Oye, Steven, ¿no quieres llevarte a la eslovaca a tu casa? Es que yo quiero ser su amigo pero ella quiere más.
-¿No te la ibas a llevar tú?
-Es que se peleó con su novia y hoy quiere irse con alguien.
-Pues si me la llevo la voy a tener que enterrar en el sótano.
Escucho atentamente el intercambio y la frase de Supertoff sobre la amistad es la guinda del postre. Al fondo del local, una holandesa se aprieta las tetas, se las besuquea y me sacude el culo. La gente corea enfervorizada canciones que desconozco. Isham sigue coqueteando con mi amiga, no tengo idea de cómo acabará. No conozco el tipo de hombre que le gusta, todos los que le he conocido son muy diferentes: poetas, funcionarios, mafiosos, ecologistas, militares. Yo creía conocer al ser humano, pero cada vez lo conozco menos. Conforme pasa el tiempo, nuestra personalidad se convierte en ese resquicio que intentamos ocultar durante décadas. Hoy somos aquel extraño que siempre hemos llevado dentro.
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