Lo de poner la otra mejilla no ha cuajado con la fuerza que se esperó en su día. Fue hermoso creer que bastaría la muerte de un solo hombre para salvar al género humano. El martirio tiene poco predicamento en occidente, hoy en día es entre los musulmanes donde está de plena actualidad. Como para pedir a cualquier chaval de instituto que muera en la cruz por su prójimo. Prójimo, extraña palabra.
En el mundo musulmán muchos prefieren estar muertos a estar vivos y para algunos, ser admitido en los campos de entrenamiento es la mejor de las opciones posibles. En Afganistán, un tanto por ciento preocupante de los hombres jóvenes no ha vivido nunca con una mujer. Huérfanos del conflicto bélico con la Unión Soviética o por causa de algún señor de la guerra, han sido criados entre hombres, en las madrasas, han sido educados para odiar y matar. Y no sólo pasa en Afganistán… No sólo pasa en Asia ¿ en cuántos lugares de África las madres se ven obligadas a entregar a sus hijos a las madrasas para que coman tres veces al día? No, no podemos esperar que nuestros chavales vayan a morir a las cruzadas en el nombre de un dios que ni siquiera tiene página web. Ni de coña. Cuando escribo estas líneas, todavía no ha tenido lugar el primer atentado en Londres, todavía la policía no ha matado a un hombre inocente.
Mis colegas de discusión, hombres todos ellos, me dicen que podemos permitirnos el lujo de asumir doscientos o trescientos muertos en cada atentado. No ven que el problema no es el terrorismo, sino la no integración de los inmigrantes. En algunos pueblos de Almería son muchas las mujeres que no se atreven a ponerse minifalda por miedo a los magrebíes. Las torres gemelas, Bali, Marruecos, Madrid o Londres, son las maniobras de distracción, el cebo. Mientras, el odio sigue arraigando en nuestra propia casa.
Somos las mujeres quienes más tenemos que perder.
Las de uno y otro lado.
Texto de contraportada:
¿Hasta dónde puede llegar una mujer inteligente e iluminada?
Candelas dirige una empresa de documentación en Internet y es muy consciente del potencial que Internet pone en manos de cada individuo. Ella, que ocupa una posición privilegiada en la Sociedad de la Información y que trabaja como analista de la realidad, vive obsesionada con la idea de enseñar todo lo que sabe y de extender un mensaje entre millones de personas. Su conciencia la atosiga una y otra vez: debe cumplir la misión para la que ha sido “elegida”, aunque Candelas, atea, escéptica y madre de familia de clase media, no acaba de saber cuál es ni cómo llevarla a cabo.
Tener premoniciones titubeantes no está mal, pero en la época de la televisión por cable y los programas basura, necesitaría algo más efectivo para llamar la atención del gran público. Resucitar a los muertos en un programa prime-time, tener mi propia sintonía para que la gente se la bajara al móvil, curar con una imposición de manos wi-fi, … Pero no, soy un experimento del que ningún ser superior se ha responsabilizado, un mesías de tercera regional, me han dado unos ojos de hombre, un cuerpo de mujer y hala, a escribir la palabra del no-dios de todas las religiones, incluidas las ateas. A mostrar el nuevo camino.
Como si fuera tan fácil.
Esta misión se le aparece clara en plena crisis de los cuarenta cuando su vida, su matrimonio e incluso la sociedad en la que vive comienzan a derrumbarse. Será entonces cuando decida escuchar su voz interior y acatar su orden tajante: crear un ejército virtual que acabe con el Sistema para dar paso a una globalización más justa. Candelas inventará a la Comandante Inar de Solange, un personaje que habita en las páginas de contactos de la Red para reclutar adeptos.
Una mamada consigue más que mil madres histéricas detrás de una pancarta.
Internet, el sexo y la desorientación de Occidente son los hilos con los que se ha tejido esta novela repleta de personajes virtuales y reales. La obsesión por la eterna juventud, la inmigración, la crisis de la familia o la complejidad de las relaciones personales en el capitalismo salvaje de Occidente… Nada escapa a los ojos del Ejército del Futuro, que está en todas partes y en ninguna.
Precio del libro: 15€
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0 respuestas a «Seduciendo a dios»
[…] No necesitaba hablar con el confesor, no necesitaba intermediarios para hablar con el Uno y Trino que nunca se me había revelado. No necesitaba nada más para saber que el dios al que nunca le habían gustado las mujeres, empezando por Eva, no pondría sus trompetas a mis órdenes, no derribaría muros, ni abriría mares, ni provocaría diluvios. No haría absolutamente nada por ayudarme. Necesitamos un dios nuevo. Seduciendo a dios […]
[…] Seduciendo a dios te dio cobertura emocional, profesional y capitalista. Los dos habéis invertido mucho en tu obra […]