por Pedro Lluch
Fotografía en contexto original: histocat
Alain Robbe-Grillet publicó un ensayo que fue la bandera recién alzada y el manifiesto teórico de lo que se llamó el Nouveau Roman francés. Corría el año 1963. Mientras en nuestro país por aquellos mismos años Joan Fuster recurría a taxonomías marxistas, hoy periclitadas e irrisorias, para ubicar a Pla en el prólogo de sus obras completas (así, Josep Pla sería un kulak, y desde esa cosmovisión escribía), Robbe-Grillet escribía:
“Mientras las concepciones esencialistas del hombre veían su ruina, con la idea de “condición” reemplazando de ahora en adelante la de “naturaleza”, la superficie de las cosas ha cesado de ser para nosotros la máscara de su núcleo (…). Es pues todo el lenguaje literario el que debería cambiar, que ya está cambiando. Constatamos, día a día, la repugnancia creciente de los más conscientes ante la palabra visceral, analógica o incantatoria. Sobre todo cuando el adjetivo óptico, descriptivo, aquel que se contenta con medir, con situar, con limitar, con definir, muestra probablemente el camino difícil de un nuevo arte novelístico.”
En la entrevista del programa A fondo de TVE del año 76 que dio a conocer a Pla al conjunto de España vemos a un señor incómodo ante el despliegue de admiración del periodista, un viejo que habla modestamente (“yo no tengo ni idea de nada”), recurriendo a su interlocutor para ratificar sus afirmaciones, rechazando las loas (en el mismo introito ya se ve la mano del entrevistado haciendo aspavientos tratando de acallar las alabanzas…), expresándose con la dificultad de un octogenario nadando en la espesura de quien maneja una lengua que no es la suya. Viéndole liar un pitillo de picadura (necesaria tarea coadyuvante, dice, en la búsqueda del adjetivo idóneo: “yo fumo porque creo que la literatura es esto: buscar el adjetivo”), pueden apreciarse sus manos enjutas, las uñas de sus dedos, recias, y podemos deducir (a pesar del blanco y negro de entonces) que amarillas de nicotina. Es Pla un hombre que afirma que no cree en las profundidades: “lo más profundo que tiene el hombre es su superficie, su piel”. Y buscando el adjetivo, buscando el modo de clavar la realidad a la misma realidad, en su superficie se queda.
Pla, bien mirado, hace honores (avant la lettre) a la declaración de intenciones del nouveau-roman que he citado arriba: se ciñe a lo visible. Hombre desencantado de la vida, escéptico irredento como lo son quienes con la tierra han trabajado y a ella se vinculan, sólo cree en lo que ve. Y sólo de eso escribe. El resto es paja. Y ello le lleva a tildar de ininteligible a un Espriu. A tumbar de un manotazo la obra de Segarra, de d’Ors… Entelequias, construcciones mentales, pedantismo… nada de eso le interesa. Las cosas como son. “Al pan, pan, y al vino, vino”.
Pla, al cabo, es sólo un hombre con boina que recorre el mundo. Y que lo cuenta sin alharacas.