Ella, como casi todos, llevaba una vida de consolación.
Llegaba y volcaba su estrés sobre mi mesa.
Hablaba, hablaba y hablaba.
Yo sólo escuchaba: lo sabía todo sobre ella.
Ella no sabía nada de mí, pero daba por hecho que vivíamos instaladas en la misma insatisfacción.
Que también yo ansiaba ser otra persona.
Y como me daba nosequé sacarla de su error, yo no decía nada.
Hasta que una tarde me recomendó con gran entusiasmo un bestseller de autoayuda. Yo intenté cambiar de tema, pero ella, un poco ofendida por mi indiferencia, volvió a insistir.
– Tienes que leerlo, te cambiará la vida.
Comprendí entonces que había llegado la hora de decirle la verdad, y sonreí como pidiendo disculpas.
– Ya. Pero es que yo ya vivo como quiero.