Cuando tenía 18 años y trabajaba para Akal, una de mis tareas era dar curso a los pedidos de los distribuidores.
Tomaba nota a boli y hacía el albarán en un ordenador, cuya unidad central pesaba muchos kilos y estaba, además, ubicada en una sala especial, donde zumbaba siempre cerrada y en penumbra. En otra habitación, alegre y soleada, yo mandaba imprimir el albarán en un papel continuo que tenía tres copias: una blanca para el distribuidor, una amarilla para quienes tenían que preparar el pedido y una rosa para el departamento de ventas. Arrancaba el albarán y, con él en la mano, bajaba las escaleras del chalet y caminaba hasta las caballerizas, que era donde estaba el almacén. Más tarde, desde mi ventana, veía llegar a los camiones que llevarían los libros a los distribuidores que teníamos por toda España.
Quién me iba a decir a mí que, casi treinta años después, estaría esperando a la furgoneta de reparto con el pedido. Al otro lado de la cadena. A mis 47 años acabo de cerrar el círculo: ya lo he hecho todo en el proceso editorial. Escribir, trabajar en el departamento de ventas, ser lectora y correctora, ser editora (con ISBN, diseñador, maquetador, impresor), maquetar –mal, muy mal- e imprimir nuestros propios librillos-facsímiles con la impresora… Sólo me faltaba tener una librería.
Y aunque llevamos semanas preparándolo todo, y he pensado mucho en el cambio de vida que va a suponer esto –para empezar, se acabó lo de trabajar hasta las once en casa-; no he empezado a darme cuenta de todo lo que conllevará la librería hasta que ha llegado, al fin, el primer pedido.
– La factura está dentro –me ha dicho el hombre que ha traído las cajas.
Como todavía no tengo práctica, me ha llevado mucho rato puntear que el pedido llegara en orden (me imagino que en todas partes se hará ya con lectores de barras e incluso sistemas más sofisticados). Y después me han asaltado las dudas ¿qué libros poner en el escaparate? ¿Cómo organizarlo?
He dedicado un buen rato a colocar los libros (y estoy segura de que voy a cambiarlos mil veces, tanto los del escaparate como los de la estantería). Y después, he hecho mi primera lista de precios.
Mañana tengo que ir a hablar con Carlos, de Babel. Para decirle que la fiesta se aplaza hasta el martes que viene: todavía me faltan libros. Como mi presupuesto es muy limitado, los estoy pidiendo con cuentagotas: soy nueva en este barco y todavía no sé qué viento lo favorecerá: ¿la novela independiente? ¿el ensayo? ¿la novela ilustrada? ¿el cómic? ¿la poesía? ¿los librillos de guerrilla? Hice el primer pedido con mentalidad sumamente conservadora, apenas si invertí la mitad del presupuesto; ya sabía que serían suficientes libros para llenar el escaparate, pero que las estanterías quedarían un poco flojas.
No quiero invertir todo mi escueto presupuesto en la librería sin saber si cumplirá su misión, que no es la de buque insignia , sino la de rompehielos de nuestra flota.
A eso de las tres, cuando terminé de hacer la lista de precios y de retocar por última vez el escaparate, me marché a casa. Y esta tarde, diez minutos después de abrir, ha entrado un hombre con su mujer a informarse sobre los talleres.
– He pasado muchas veces por aquí, pero hasta que no he visto los libros en el escaparate, no me he atrevido a entrar.
Mañana haré el segundo pedido.
(Nota mental: comprar un talonario de facturas pequeñas y encargar un sello de Librería Proscritos: tampoco tenemos máquina registradora).
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Una respuesta a «el primer pedido (construyendo, 15)»
Querida Marisol:
Mucha suerte con este emocionante nuevo proyecto, estoy deseando echar un vistazo a tus adquisiciones.
Por mi parte, una sola palabra más:
¡VOLVERÉ!
Mil besos.