por Marisol Oviaño
A pesar de que tiene salud y una buena posición, considera que después de cumplir ochenta no tiene ningún sentido seguir viviendo, y hace un año decidió morirse.
Pero como yo no le consigo una pistola ni ideo ninguna otra manera de matarla en la que no haya sangre, no den ganas de vomitar, no quede una muerta fea, no se le relajen los esfínteres o la policía no me lleve a la cárcel; empezó a hablar hace meses de un país del norte de Europa en el que cualquiera puede recibir –no sé qué verbo utilizar- la eutanasia activa.
Al principio pensé que era otra más de esas seniles ideas peregrinas que anidan unos días en su cabeza y luego se van por donde vinieron. Sin embargo ha seguido hablando de ello, y hoy se ha puesto tan pesada con el tema, que no me ha quedado más remedio que preguntarle:
– Entonces ¿ya lo tienes todo decidido y preparado?
– ¡No, porque necesito un ordenador! –ha dicho lastimera-. Y mi hija no me deja el suyo.
Lo entiendo perfectamente: la única y última vez que yo cometí la temeridad de permitir que tocara el mío, los temblores de sus manos sobre el ratón me organizaron un bonito jaleo de carpetas.
– ¡Se lo dejan al niño y no me lo dejan a mí!
– Mujer –he sonreído conciliadora-, eso es porque el niño lo maneja mejor que tú.
– Ya lo sé –ha admitido a regañadientes.
– Pero ¿para qué necesitas un ordenador?
– Para ver los detalles del asunto.
Aunque me había propuesto terminar esta tarde la crítica de un libro, me he compadecido de su ansiedad y me he sentado frente a la pantalla.
– A ver ¿qué quieres que mire?
– En qué país era.
– Pero… ¿no sabes siquiera eso? –pregunto temiéndome horas de investigación online.
– Noruega –se apresura a contestar.
…
– En Noruega está prohibido.
– No, no era Noruega, era un nombre más largo…
– ¿Dinamarca?
Ni Dinamarca, ni Suecia. Busco en google información sobre el tema y ojeo por encima la legislación europea al respecto. Es en Suiza donde hay oenegés que ayudan a morir a la gente: Exit y Dignitas. Ninguna de las dos páginas está en español, me llevará un rato leerlas en inglés y enterarme de si ofrecen sus servicios a cualquiera que quiera suicidarse o sólo a enfermos terminales, si es sólo para suizos o también para extranjeros, etc.
De modo que archivo las direcciones web y decido que por hoy es suficiente: ha venido a las seis y media de la tarde y son casi las ocho; aunque ella ya haya cumplido su misión en la vida, a mí me queda mucho trabajo por hacer. Le prometo que en esta semana terminaré de informarme y la acompaño hasta la puerta.
Mientras la veo subirse al coche –es un peligro para la seguridad vial- me digo que, aunque ella trabajó una temporada en EEUU, ya hace 50 años de eso y probablemente haya olvidado todo el inglés que sabía.
Que seguramente me pedirá que haga todas las gestiones.
Que espera que yo sea su cómplice.
(No he conseguido incrustrar el vídeo sobre la eutanasia activa en Suiza, podéis verlo pinchando aquí )
5 respuestas a «que alguien me ayude a morir: eutanasia activa»
Evidentemente, lo que quiere es atención.
Búscale el centro de día más cercano y que se eche un novio.
Estoy de ancianos hasta los pelos…
Magnífico relato, tanto en su fondo como en su forma. Felicidades.
En cuanto al comentario del tal M., espero que no tenga que llegar a anciano. Es de lo más insolidario que he visto.
Good morning, Oviaño.
Te veo igual de astuta y perspicaz que siempre. Buenos días, Marisol.
Lo que han hecho en Suiza es desactivar un artículo que existe en todos los códigos penales: La inducción o asistencia al suicidio. En nuestro caso se trata del Art. 143 que tiene 4 apartados.
No lo comparto pero en cualquier caso es mucho menos truculento que la maniobra eutanásica que se intentó en España con funcionarios (incluyendo sindicalistas hospitalarios y profesoras de cuota de bioética) decidiendo acerca del tránsito de los pensionistas a quienes han robado 260,000 millones de superávits contributivos para hacerles un corte de mangas.
En relación a tu amiga dile que se venga un día a tomar una cañita y seguramente encontraremos algo que pueda serle de ayuda y veremos que, como siempre que tratamos de ayudar a alguien, los realmente ayudados somos nosotros mismos.
Un abrazo, champ.
Ves, ya le hemos encontrado novio.
Ay, Manu, cuánta ingenuidad y «buenismo». Quedamos con ella para tomar una cañita y ¿después qué? ¿Te encargarás de pasar a buscarla todos los días para entretenerla? ¿Irás por su casa cada vez que se le funda una bombilla o se le averíe la cisterna? ¿La acompañarás al médico? ¿La llevarás al cine? ¿Te irás a vivir con ella cuando ya no pueda seguir haciéndolo sola?
Porque ese es su problema. Y no lo vas a solucionar apuntándola a un club de amantes del arte, por poner un ejemplo. A pesar de que ha sido una gran profesional, viajera, intelectual, independiente; de que, escribe, toca el piano y cose; ya no siente el más mínimo interés por nada. Tiene 20 años más que tú. Si te tomaras una caña con ella, te diría que las razones para vivir que funcionan a los sesenta, son inútiles pasados los ochenta.