por Marisol Oviaño
Llevo media hora frente a la pantalla con la mente en blanco. O en verde. O en rojo.
A estas alturas del verano estoy mentalmente agotada. Me siento como una bayeta a la que siguieran escurriendo después de haberla retorcido hasta sacarle la última gota, como la pared de un frontón, como una punta de lanza que se estuviera quedando roma de tanto matar.
Y cuando llego a casa, si tengo la suerte de que nadie tenga la música a todo volumen, nadie esté tocando la guitarra eléctrica o matando gente en la consola –que suena como si la guerra estuviera teniendo lugar entre mi cocina y el salón-, me tiro en el sofá y pongo la tele: la tele son mis vacaciones.
Cuando acaba la película, enciendo el ordenador con la intención de escribir algo genial. Y de repente, a las tres de la mañana, me doy cuenta de que llevo mucho rato frente a la pantalla con la mente en blanco. O en verde. O en rojo.
2 respuestas a «La higiene de la desconexión»
Sobre todo no te enganches a los Doritos, que es el escalón final. ¡Y échate al monte que vives en un sitio cojonudo! Un porrito y un atardecer serrano…
No, nada de Doritos.
Me temo que una tarde en el monte no sería suficiente. Diez días en la playa, sin hijos, sin pensar en el dinero, sin pensar en nada… Eso es lo que vendría de perlas.
Pero lo que no se puede, no se puede, y además es imposible.