Fotografía en contexto original: redbubble
Se supone que estoy de vacaciones.
Pero tengo una avería telefónica en casa y llevo un par de días sin Internet ni teléfono (y lo que te rondaré, morena). De modo que todos los días, a mitad de mañana y a última hora de la tarde, me doy un paseíto hasta la trinchera proscrita para ver si hay algo urgente o comentarios que moderar, o para hacer alguna llamada teléfonica. Me siento como si no estuviera de vacaciones, porque mi rutina prácticamente no ha variado. Paso menos horas en la trinchera, pero igualmente tengo que ir en algún momento del día.
Cuando tenía las líneas con Movistar –ah, qué tiempos aquellos-, pagaba el doble, pero apenas tardaban unas horas en mandar a alguien a solucionar el problema. Ahora no tengo ni idea del tiempo que vamos a estar incomunicados. Hace dos días me dijeron de 24 a 48 horas, hoy ya me han dicho que pueden ser tranquilamente cinco o seis días y que, si a los quince no han solucionado el problema, podré darme de baja sin cargo.
Ni cruceros, ni paisajes exóticos ni playas de blanca arena.
Lo último en veraneo proletario es que te incomuniquen en tu propia casa como si te hubieran abandonado en una isla del Caribe.
A veces ser pobre es un asco.