por Claudio Molinari Dassatti///
Aquí estamos, en pleno invierno y con casi 30°C. Cuanto más calor, más humedad y cuanta más humedad, más cucarachas enloquecidas. Queriendo invadirlo todo en busca de algo que comer… mucha suerte, chicas.
Las noticias siguen siendo pocas y nada fiables, por lo demás ha sido un buen día. Encontré un bloc de comandas y un mechero al que le quedan cinco o seis encendidas. Un mechero nuevo cuesta unos 1.400 euros y el mes que viene costará más. Aunque quién sabe cuánto habrá que pagarlo entonces. Y encima ahora no se puede culpar al gobierno, porque no lo hay. En el refugio he oído a la pasada que hay quienes ya andan fundiendo las tuberías antiguas y con ese plomo acuñan monedas con un sello oficial. Hasta ahora no hemos visto ninguna, así que seguimos con los billetes que todavía aguantan y con el trueque. Vaya a saber qué símbolo le pondrán a las monedas. Lo más lógico sería una cucaracha.
¿Qué es la vida si no una búsqueda constante? La nuestra de seguro lo es. Por cierto, hoy encontré un servilletero de plástico y medio lleno. Los recolectores más vándalos deben de haber incendiado un restaurante el invierno pasado y el servilletero fue lo único que quedó. El plástico lo cambiaré en el mercado y las servilletas me las guardo para limpiarme el culete el día que se me acabe la biografía de Bárbara Rey. Mientras tanto, los días en que toque comer seguiré limpiándome la boca con la manga del chándal. Después, cuando me entre el hambre fuerte podré chuparme la manga y rememorar.
También encontré un sobre de azúcar. Pero de los últimos que se hicieron, esos que contenían la mitad de lo que debían contener. Así empezó todo Esto. Recuerdo que lo mismo le sucedió a las pizzas. Un día empezaron a encogerse, supongo que para ahorrar queso. Ahora, las pocas que se consiguen en el centro de la ciudad –una vez vi una de lejos— no llegan a los diez centímetros de diámetro. Y es que los lácteos son un lujo y las vacas que aún sobreviven son más sagradas que las que hubo en India. El queso de esas ubres tristes está a precio de oro. Los indios sí que sabían bien lo que era el hambre. Y nosotros riéndonos de sus vacas y de sus dioses de seis brazos con cara de elefante. Siempre creyéndonos el centro del universo. Capullos.