por Marisol Oviaño
(El título, tanto de este artículo como del documental que hay al final, viene de la película Matrix, cuando a Neo se le da a elegir entre tomar una de dos píldoras. La azul le permitirá olvidar lo sucedido y permanecer en la realidad virtual de la Matrix, la roja lo liberará de ella y lo conducirá al mundo real).
Mi hija y ella se conocen desde el instituto y están madurando juntas. Es decir, en todos estos años se han divertido, han compartido problemas y confidencias, se han apoyado la una a la otra en situaciones difíciles, se han peleado, se han gritado, se han colgado el teléfono, han quedado para hacer las paces, se han vuelto a abrazar… Las mujeres ya sabéis a qué me refiero. A los hombres os sonará a chino: somos afortunadamente diferentes.
La habíamos invitado a cenar tortilla de patata en casa, y llegó cuando estaba cuajándola. Cada vez que la veo, celebro la radiante belleza de su juventud. Alta y rubia, tiene un tipazo, unas interminables piernas y una guapura muy simpática, con personalidad. Y, además, es inteligente. No era primera vez, ni será la última, que compartíamos una tortilla y una buena charla.
— Puedes estar bien orgullosa de mí —dijo cuando nos levantábamos de la mesa y se disponía a coger el abrigo—, que me he leído un libro.
Las nuevas generaciones de mujeres llegan a los 25 con un abultado currículum fiestero, viajero y sexual, pero con poca capacidad de análisis. El sistema educativo, ese que las adoctrina para que se echen a la calle a repetir consignas sindicales, no les ha enseñado a pensar. Y la velocidad y omnipresencia de las nuevas tecnologías —que las mantienen continuamente conectadas al ruido— dejan poco espacio para la reflexión individual. Casi ninguna lee, las pocas que lo hacen suelen decantarse por novelas entretenidas; y ni siquiera las poquísimas que lo hacen porque sienten la necesidad de aprender se salen del carrilito mainstream marcado por Twitter, Instagram y el telediario que ven mientras cenan. Así, ninguna se da cuenta de que hay algo raro en que sea el Gobierno —y sus asociaciones afines— quien las llame a participar en una huelga feminista. Ahora bastan muy pocas palabras para activar a la juventud, que, por biología, es revolucionaria. Y en la revolución vamos todos cantando cogiditos de la mano, pero no se tolera la disidencia.
—¡Ah! ¿Sí? —pregunté agradablemente sorprendida: siempre he pensado que era una pena que ella, con su potencial, no invirtiera más en amueblar el cerebro—. ¿Qué libro has leído?
—El de Leticia Dolera.
Señor, llévame pronto. Hay jóvenes del precariado que se dejan el dinero en engordar la máquina que acabará destruyéndolas. Porque todo esto no va de feminismo o machismo, ni de izquierdas o derechas, va de supervivencia. Pero no tuve tiempo de desarrollar la idea.
—Podías recomendarme alguna autora feminista.
—Uf, feminismo… Podría recomendarte a algunas autoras, pero no te gustarían.
—¿Por qué no?
—Porque están contra el feminismo que os están metiendo en la cabeza.
—¿Pero por qué? Feminismo es igualdad —dijo sonriendo como si la sola enunciación de esa frase fuera estupefaciente.
Me habría gustado hablar tranquilamente, pero antes de que pudiera hilar dos frases, comenzó a gritarme. Me sorprendió tanto aquella agresividad —impropia de ella, pero aprendida del feminismo radical—, que yo también respondí a gritos. Mal hecho, se supone que la veteranía es un grado y yo, además, me gano la vida enseñando a los otros a ver lo que no pueden o no quieren ver.
Ella sólo tenía el argumentario oficial para defender su postura y, además, no se lo sabía muy bien; lógico: la gente normal no tiene tiempo de andar leyendo, investigando y rascando en la superficie para ver qué hay detrás. Pero asusta ver hasta qué punto la ideología de género se está extendiendo como una mancha de aceite entre las mujeres: el hombre es malo por naturaleza, en España la violación no es delito (¡!) y las mujeres no tenemos los mismos derechos que los hombres, no existen las denuncias falsas… Incluso creen que las diferencias biológicas entre hombres y mujeres son imposiciones del heteropatriarcado.
Lo bueno es que no resulta muy difícil mostrar el sinsentido y las contradicciones de toda esta histeria subvencionada. Ella negaba que los hombres tengan una sexualidad diferente a la de las mujeres, pero, al mismo tiempo, afirmaba que la violación no es sólo que un desconocido te asalte en un portal, sino también que tu marido se ponga pesadito cuando tú no tienes ganas de sexo.
—Pero, ¿no habíamos quedado en que la sexualidad entre hombres y mujeres no es diferente? Y, si no es diferente, ¿por qué son siempre ellos los que quieren más sexo y nosotras las que no tenemos ganas? Pues porque somos diferentes.
Por fin conseguíamos llevar la conversación a un tono más pausado, y yo empecé a explicarle que este feminismo de nueva ola ha convertido las diferencias entre hombres y mujeres en agravios a la mujer, ha magnificado las necesidades de ellas hasta convertirlas en derechos inalienables que aniquilan los derechos de ellos, ha obviado las necesidades de los hombres y no tiene en cuenta ni un solo aspecto positivo de la masculinidad. Pero entonces le sonó el teléfono y tuvo que marcharse. Sentí que nuestra charla se hubiera visto interrumpida tan abruptamente, y nos dimos un buen abrazo de despedida.
—Me encanta discutir —sonrió.
—A mí también —admití.
Al final, se marchó sin que le recomendara ningún libro.
Y creo que, en el fondo, ella quiere aprender.
Pero para aprender hay que tener la mente abierta. Si miras por un solo ojo, sólo tendrás una visión parcial.
Empezaremos por algo facilito:
[youtube https://www.youtube.com/watch?v=_qzqtoi1R1w&w=560&h=315]
Edito en 2022: lamentablemente, el vídeo ya no está disponible
Una respuesta a «La píldora roja»
Para mí, como argumento basta con la biología: testosterona frente a un complejo cocktail cíclico de hormonas, entre ellas la oxitocina. Decir que no hay diferencias entre sus efectos es como decir que la Tierra es plana. Recuerdo haber leído un experimento: ratones macho dopados con oxitocina se volvían maternales y cuidaban con mimo de las crías. Hembras dopadas con un antagonista de la oxitocina…. Adivinad:
Devoraban a sus crías.