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Un hombre feliz

por Robert Lozinski
Fotografía en contexto original: BBC
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Una vida a la carrera. ¿Y para qué?

El otro día un conocido me contó que en las vacaciones de verano estuvo en seis lugares distintos y que ya está pensando dónde pasar la Navidad. Yo estuve sólo en uno y tuve que callar un poco avergonzado.

En el pueblo donde yo nací vivía un hombre llamado Dragan. Vivió más de 70 años, nunca había ido al médico, fumaba mucho, hablaba poco y en tono amistoso. Lo recuerdo siempre vestido con la misma ropa, tanto en verano como en invierno: botas altas de goma, pantalones, americana gris, camisa y gorra. En invierno cubría su cuerpo esquelético con un abrigo largo y no demasiado grueso. Bebía mucho, se emborrachaba y a veces dormía a la intemperie. Lo único que había hecho durante toda su vida fue llevar a su vaquilla al campo. Dragan vivió sus más de 70 años lentamente. ¡Qué largos eran sus días de verano! Viendo pastar tranquilamente a su vaquilla, fumando un cigarrillo de vez en cuando, echando la siestecita a la sombra. Un hombre sin planes ni ambiciones. Un hombre listo. ¿Para qué correr si el mismo fin nos espera a todos? Por eso nunca estuvo enfermo.

Nosotros vivimos corriendo. Lo consumimos todo a gran velocidad; alimentos que no alimentan, televisión que entontece, internet que no se apaga nunca, horas y horas de conversaciones telefónicas sin decir gran cosa, encuentros con amigos que no nos satisfacen espiritualmente, vacaciones que no relajan, trabajo que no nos gusta. En este consumo sin freno nos consumimos a nosotros mismos, nos hacemos viejos, enfermamos y llegamos a la estación de la amargura y de la decepción. Lo único que nos haría sonreír involuntariamente sería contemplar un gato lamiéndose las patas. Daríamos mucho para alargar ese instante. El gato lamiéndose las patas es la eternidad que hemos perdido. Dragan, viendo pastar su vaquilla vivió dentro de esa eternidad que, en su caso, duró más de 70 años. Sí, un hombre feliz.


Robert Lozinski es autor de La ruleta chechena

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