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Bondad, maldad y maldad inútil

por Robert Lozinski

Fotografía en contexto original: revista nada

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¿Cómo explicar la simpatía del espectador hacia el malo de la película?
Al parecer ese espectador se da cuenta de que es más honesto ser abiertamente malo que aparentemente bueno. No digo que sea preferible, no. Digo sólo que son más honestos los malos que no disimulan su maldad y hacen maldades, que los malos disfrazados de buenos: dicho de otra forma, los falsos buenos, los buenos que no se atreven a decirlo en voz alta sí, yo soy malo, los buenos que no hacen maldades abiertamente porque temen las consecuencias.

Hace tiempo escribí un relato sobre Yura.
Yura era un muchacho malo, según todos los criterios. Fumaba, bebía alcohol, salía con chicas malas, no iba a clase, insultaba a los maestros. A mí ese chico malo me salvó de una agresión totalmente gratuita: en cierta ocasión un grupo de gamberros me rodearon y, para divertirse, empezaron a empujarme y a insultarme.

¿Cómo era Yura? ¿Bueno o malo? ¿Qué le hizo intervenir en la pelea? ¿Por qué detuvo aquel brote de violencia colectiva? Yo no era su amigo. Ni siquiera me conocía. ¿Vio en el ataque la manifestación de una maldad inútil? ¿Hay entonces, tal vez, maldades útiles? Y si las hay, ¿cuáles son? Podríamos decir que son las maldades justificadas por una buena causa. Puede ser.

«Bueno” puede serlo sólo aquel que alguna vez en su vida ha sido malo. Los que oscilan entre el bien y el mal, aquellos en quienes la bondad y la maldad se mezclan y configuran su modus vivendi particular, aquellos a quienes la maldad les horroriza y les da miedo y para quienes ser bueno sólo significa no transgredir ciertas normas, nunca serán capaces de hacer algo verdaderamente bueno.

La bondad que dura toda la vida es una forma de supervivencia, una adaptación bastante hábil a las circunstancias, una solución, en definitiva, a nuestra pusilanimidad.


Robert Lozinski es autor de La ruleta chechena

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