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El pintor de paisajes y la empleada tecnológica

por Robert Lozinski
Fotografía en contexto original:metodogiotto

pintor

“Estrés” es tener siempre la sensación de que aún queda algo por hacer, de que el trabajo no ha terminado. Es lo que va matando, día a día, nuestro maltratado cerebro. Yo me lo imagino metido dentro de una licuadora que no dejamos que pare del todo, aún después de apagarla, y mientras sigue girando por inercia, presionamos el botón otra vez para volver a ponerla en marcha. Y así infinitamente.

Todo trabajo se tiene que acabar, como un guiso al que añadimos el último ingrediente, ponemos la tapa y dejamos reposar. Si esto no sucede, algo va mal; no habremos sabido organizarlo, es decir “acabo esto y luego me pongo con lo otro”, o alguien, tal vez un jefe, o un compañero cabroncete, la política de la empresa o la sociedad misma, en que vivimos, hace todo lo posible para que tu trabajo no se acabe nunca.

Suelo comparar el cerebro con una esponja empapada de sangre. Mientras no la tocamos, la sangre no se nota mucho, sigue tranquilita en sus cunitas o células. Igualito a una esponja llena de jabón, por poner un ejemplo más suave. O más light. Pero en cuanto la apretemos, se producirá una explosión de líquido. Creo que eso fue lo que más o menos le ocurrió a una chica rumana a la que encontraron muerta en su casa una mañana; le había reventado el cerebro. La pobre había trabajado sin cesar durante mucho tiempo para su empresa. Murió rodeada de papeles, sofocada por e-mails y llamadas telefónicas. Murió conectada al internet que no dejaba de enviarle información ni siquiera cuando yacía ya sin vida. Y nadie se hizo responsable por esa muerte.

¿A quién se la podríamos achacar? Miles de jóvenes sueñan con carreras laborales impresionantes en empresas y compañías de renombre que consiguen atraer con las oportunidades que ofrecen, con esas fotos de ejecutivas y ejecutivos brillantes que lucen trajes y dentaduras perfectas, hechas para morder tarjetas millonarias, sin poder figurarse por un momento que tal vez ese sueño pueda transformase en una pesadilla. Soñando siempre con el éxito, pierden la noción de sí mismos y si fracasan –todo es posible,claro, la vida es así- su autoestima se reduce a lo mínimo. Ellos solos han firmado ese pacto con anterioridad.

Un personaje de Antón Chéjov, pintor de bosques, atardeceres y caminos decía que el trabajo en exceso destruye al hombre, que no hacen falta muchos hospitales sino menos fábricas, empresas y granjas. Esa actitud del paisajista, según los criterios modernos de vida activa, sería criticable. Porque creemos que no hemos de limitarnos a reproducir un paisaje; hemos de modificarlo, hemos de plantar en él un poste eléctrico o una antena de telefonía celular. Un árbol no nos dice nada. Por el móvil, en cambio, podemos hablar, hablar y hablar hasta que el cerebro nos estalle en pedazos.

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Robert Lozinski es autor de La ruleta chechena

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