por Miguel Pérez de Lema
Cuando era muy joven descubrí la obra de Alfred Jarry y me hice seguidor secreto, pero firme, de su patafísica. También descubrí el teatro de la crueldad de Antonin Artaud, leí todo el teatro dadaista traducido al castellano, estudié con alegría y asumí como propios los principios del movimiento surrealista, y su espíritu de provocación y de libertad, así como del expresionismo alemán, y el teatro del absurdo, e incluso simpaticé con las gansadas de los años 60 del fluxus, el happening y las performances, que sólo eran cosquillosos pero muy deficientes movimientos epigonales de las vanguardias que tanto amé.
Por ese tiempo comencé a asistir a muchas de las funciones de teatro que se representaban en Madrid, tanto a las de teatro convencional como a las supuestamente vanguardistas, y con ello perdí poco a poco todo el interés por un espectáculo que casi siempre me resultó adocenado, y aburridísimo.
Sin embargo, todas aquellas lecturas sobre las vanguardias, y especialmente el cariño por Jarry, y su Ubú, permanecieron frescas, intactas. El espíritu de aquellas obras me parece asombrosamente vigente y su vocación festivo/destructiva y su grito de afirmación de la libertad como valor absoluto, es hoy tan necesario como lo era a comienzos del siglo XX.
Otro academicismo, otros usos corruptos, otras instituciones putrefactas -quizá las mismas pero con otras máscaras-, han cubierto de nuevo la sociedad y el arte como ya lo hicieran antes de las vanguardias, y de nuevo el arte está llamado a combatirlas.
Por eso, ahora que detienen a un par de desgarramantas por hacer unos títeres de baja calidad, y todo el mundo parece que tiene algo que decir, me encuentro en una encrucijada moral. La provocación y la subversión son patrimonio de la actitud vanguardista y revolucionaria, y por ese lado me siento hermanado con ellos. Pero hay algo que no encaja. Si lo pienso despacio, su acción me resulta engañosa, casi viscosa, y la vanguardia no puede tener doblez. Sus saltos mortales deben ser siempre sin red. Sólo es vanguardia si es cándidamente suicida y heróicamente independiente.
En ese punto comprendo el malestar que me produce todo este asunto de la detención. Es dolorosa, pero previsible, la estupidez de un fiscal y un juez que criminalizan un acto artístico -por muy ínfimo que sea su valor, es un hecho artístico inviolable-. Pero el malestar que me produce este enredo es diferente, más profundo y sutil. Es un malestar moral, porque la vanguardia es una actitud moral, y la provocación debe ser un acto de fe inmaculado.
Y es entonces cuando comprendo que estos titiriteros me resultan tan intragables porque no encuentro en ellos independencia, y sin independencia no hay pureza, ni moral, y sin ellas no hay vanguardia.
Su provocación es lo contrario a la vanguardia porque no se hace desde el margen, sino desde dentro de las putrefactas instituciones, a cambio de unos pocos papiros de piel de contribuyente, y a favor del poder que les financia. Y eso es abyecto.
Estos muchachos me resultan un extraño aborto de la decadencia de nuestro tiempo. Una estafa más. Y otra prueba de lo necesaria que es una nueva vanguardia que rompa las ventanas y deje entrar un poco de aire fresco en el arte.
2 respuestas a «Pobre Ubú»
Extracto del ccomunicado de la CNT sobre la Bruja y don Cristóbal
Al respecto, y para indicar unas necesarias aclaraciones, debemos relatar lo que es, en realidad, la obra. En esencia, “La Bruja y don Cristóbal” procura representar, bajo las figuras recurrentes de cuentos y teatros, la “caza de brujas” al movimiento libertario que ha sufrido en los últimos años, con los montajes policiales estilo “Operación Pandora”. La obra está protagonizada por una bruja, que representa a las personas de mala fama pública, y que se ve en la situación de enfrentarse a los cuatro poderes que rige la sociedad, esto es: la Propiedad, la Religión, la Fuerza del Estado y la Ley. La protagonista está en su casa, y, en primer lugar, su vida es interrumpida por la aparición del “Propietario”, que resulta ser el legítimo poseedor legal de la casa donde vive. No existen monjas violadas; bajo la forma de los muñecos, los adultos podemos comprobar que el propietario decide aprovecharse de la situación para violar a la bruja; en el forjeceo, la bruja mata al propietario. Pero queda embarazada, y nace un niño. Es entonces cuando aparece la segunda figura: una monja, que encarna la Religión. La monja quiere llevarse al niño, pero encuentra resistencia en la bruja, y en el enfrentamiento, la monja muere. Es entonces cuando aparece el Policía, que representa la Fuerza del Estado, y golpea a la bruja hasta dejarla inconsciente, y tras ello, construye un montaje policial para acusarla ante la Ley, colocando una pancarta de “Gora Alka-ETA” sobre su cuerpo, que intenta mantener en pie para realizar la foto, como prueba. A partir de este montaje policial, surge la cuarta figura, que es la del Juez, que acusa, y condena a muerte, a la protagonista, sacando una horca. La bruja se las arregla para engañar al juez, que mete la cabeza en su propia soga, y la aprovecha para ahorcarle, para salvar su propia vida. El relato continúa algo más, pero esta es la esencia de lo que transcurre, y donde se encuentra toda la polémica.
Si el Ayuntamiento de Madrid pensó que Don Cristóbal y la bruja era una obra apta para niños, malo. Adoctrinar a los más pequeños desde la Administración Pública está feo. Sin embargo, no creo que el adoctrinamiento fuera el objetivo último del espectáculo, demasiado burdo.
Han podido pasar dos cosas:
a) Que en la Concejalía de Cultura se toquen los huevos a cuatro manos y en lugar de controlar lo que contratan, se limiten a llamar a los amiguetes okupas para que hagan un poco de caja. Nada nuevo bajo el sol, hubo un tiempo en que Norma Duval era la titiritera del PP.
b) Que el error fue tan casual como el «esmoquin” de cierto descamisado en la fiesta grande que celebraba la gente rica del cine, y el objetivo: provocar, enfrentar a unos ciudadanos con otros.
De las dos opciones, la última es la que más me preocupa. Y la que más factible me parece, visto cómo ya parece iniciada la operación derribo de Carmena desde sus propias filas.
Yo creo que no había apología del terrorismo, pero yo no soy juez ni sé más de leyes que ellos. Lo que sí había era una clara invitación a que nos tomemos la justicia por nuestra mano contra los propietarios, la policía, la justicia y, cómo no, la Iglesia que tan presente está en la mente de los ateos militantes. Filosofía okupa cien por cien. Pero eso entra dentro de la libertad de creación, cada uno escribe sobre lo que cree.
Si a los titiriteros les contratan una obra, por muy subversiva que sea, no van a decir que no, ellos también comen. La responsabilidad de que los hayan plantado a actuar en la calle para un público infantil a un horario infantil, no es de ellos. Es de esa concejala que no para de meter la pata una y otra vez, bien por revanchismo trasnochado, bien porque sea una completa inepta. ¿Cuál era su trabajo antes de ser concejala?
Probablemente los titiriteros sólo hayan sido los tontos útiles.
Pero bueno, ahora se han convertido en unos héroes entre los suyos. No pain, no glory.
La bruja y don Cristóbal
Títeres desde abajo
Para escribir ese argumento es suficiente, a todo tirar, con media neurona. Me pregunto si la otra media les permite entender que es una bajeza prestarse a adoctrinar a un público infantil con dinero de sus padres. En cuanto al anarquismo prêt-á-porter, supongo que estos imbéciles pensarán que Cipriano Mera es una marca de jeans
Trataré de no olvidarlos hasta mañana por la mañana: esta noche me dormiré contando borreguitos.