Mi amiga vive en un edificio de oficinas vacío. Una planta de mil metros cuadrados que comparte con una yogui y, a veces, el novio de esta. Sé que son reales porque Papita insiste en que les deje la cocina ordenada. El fregadero está al final del pasillo, entre los mingitorios del baño de nuestras oficinas. La ducha de campaña fue instalada abajo, en otro baño, junto a la lavadora.
El arreglo inmobiliario, anti-kraak surge porque los dueños del edificio prefieren alquilar a una suma irrisoria a artistas y hippies, antes que su propiedad sea tomada por algún ocupa o kraker. Gracias a este curioso arreglo, lo dueños pueden disponer del edificio cuando lo deseen, sin problemas legales interminables.
Nos levantarnos la mañana siguiente. En la oficina destinada a funcionar como cocina, desayunamos cereales con monstruos, la extraña fruta verde-fucsia que supuestamente sabe a kiwi. Al abrirla, nos sorprende un interior perfectamente blanco manchado de cientos de ínfimas semillas negras, como el alma de un dálmata. Es sabrosa. Papita baja a ducharse a la planta inferior porque tiene que salir. Yo aprovecho su ausencia, me meto en su oficina-dormitorio y le escondo un monstruo en la zapatilla.
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