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General Viajeros

Diarios neerlandeses, 2

por Claudio Molinari Dassatti

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Tuve mi primer atisbo de Bélgica más de veinte años atrás. Fui a visitar a Frederik, compañero de un viaje inolvidable a Portugal. Tras pasar por Óbidos y Évora enfilamos hacia Coimbra y terminamos la velada en Peniche, en un bar de marineros bebiendo absinto con la hija del alcalde y su novio punk.
Entonces Peniche era un pueblo sardinero donde las mujeres secaban la pesca al sol, con las cabezas cubiertas con pañoletas negras y los prohombres tenían hijas rebeldes que se enamoraban del caos. Supongo que seguirá igual.

Ahora, mi antiguo compañero de viaje y su mujer vivían en Bruselas. Pero antes de llegar allí mi novia y yo debíamos hacer escala en París. Los folletos turísticos aseguran que París es la ciudad del amor. Un año más tarde ella me dejaría para dedicarse al cine, se casaría con un productor cocainómano y tendría con él una hija y un desfalco.

Aún tengo los negativos de nuestro paso por allí, pero no quiero crearme problemas. Ya se sabe cómo son los cocainómanos y los folletos turísticos.

(Ver todas las entradas de esta serie: Diarios neerlandeses)

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