Miguel Pérez de Lema
¿A quién se le puede ocurrir hacer una barbaridad semejante? ¿En qué cabeza cabe? Encerrarse en la cabina, y apuntar el morro del avión hacia el suelo mientras el comandante intentaba romper la puerta para entrar, ocho minutos cayendo en picado, con 150 personas a bordo…
¿Qué puede haber tan roto en la cabeza de un hombre joven, sano, guapo y rico?
Louis Ferdinand Cèline lo sabía.
Puede que Houellebecq también lo sepa. Podrían llevarlo a un programa de esos de por la tarde donde salen un viejito con su whiscola y el hijo de Rubén Amón, opinando como en un casino de provincias, a ver qué decía. Los dejaría secos.
¿Por qué no escribe H. una novela? Me encantaría leer la escena del suicidio de Andreas Lubitz escrita desde el punto de vista de H. Una novela que arranque en la cabina del avión y con saltos atrás en el tiempo nos explique el misterio, nos exponga la vida de este hombre como un cadáver abierto en la mesa del forense.
¿Cómo se rompió esa cabeza? ¿Por qué nadie lo vio venir?
Sería la gran novela contemporánea.
4 respuestas a «Céline lo sabía»
Según han publicado, volar era su obsesión, y estaba de baja por depresión . Probablemente era consciente de que su carrera como piloto había terminado (ya había tenido problemas psiquiátricos antes), y, por tanto, su vida dejaba de tener sentido. Imagino que decidió acabar con todo y, de paso vengarse del mundo estrellándose con un montón de gente. Me da a mí que la depresión era sólo la punta del iceberg de los problemas mentales del sujeto en cuestión.
El ordenancismo de los alemanes da un poco de repeluco. Ahora sacarán una norma que obligue a tener un contacto personal x veces a la semana con el compañero de trabajo para saber si está como una maraca y piensa matarlos a todos. En España al Andreas este lo llevarían a putas, a las primeras de cambio, y listo.
Me cuesta trabajo creer que una persona con una química cerebral normal pueda tomar una decisión así. A menos que haya ingerido alguna sustancia difícil de controlar. Mi conjetura es que el tipo aquel se había tomado algo que le afectó al coco. Por muy deprimido que estés, si ves que una muralla de roca se aproxima a tu cráneo a 800 km/h es difícil evitar el reflejo de esquivarla. Pero si crees que se aproxima el pato Donald todando el banjo, a lo mejor hasta te hace gracia.
¿Y este melón?, seguro que lo abrirán pronto:
«En 2004, la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) de EE. UU. emitió una advertencia pública sobre el riesgo de suicidio en los niños y adolescentes tratados con una clase de antidepresivos conocida como inhibidores selectivos de la recaptación de la serotonina (ISRS).
La advertencia siguió a una revisión del gobierno, que halló que los jóvenes que tomaban los fármacos tenían el doble de probabilidades de intentar autolesionarse que los que tomaban pastillas de “placebo”. La agencia amplió su advertencia de recuadro negro sobre los medicamentos en 2007 para incluir a los adultos menores de 25 años».