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A espaldas del lago, Peter Stamm

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Alice había crecido siendo hija única; de los hermanos de Niklaus, ninguno tenía hijos, de modo que él y Alice sólo tenían contacto con adultos. Cuando algunos amigos tuvieron hijos, el contacto casi siempre se interrumpió muy pronto. Y cuando venían familias a visitarlos, Niklaus y Alice se ponían tensos e impacientes y reaccionaban sin ninguna gracia a los intentos de aproximación de los niños. Luego Niklaus se avergonzaba. Él jamás había lamentado no haber tenido hijos, pero a veces echaba de menos no haber tenido ni siquiera ese deseo.

 

Casarse. Historias de matrimonios, August Strindberg

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Era feliz. Pero lo que más sentía era el orgullo de que una mujer joven pudiera quererlo.
(…)
Al cabo del año la mujer dio a luz una criatura. Él ya no estaba habituado a los gritos de los niños y quería dormir por la noche. Se mudó de habitación y la esposa lloró. Él pensó que las mujeres eran unas pesadas. Y ella sintió celos de la primera esposa. Fue sin duda un estúpido cuando al prometerse le dijo que se parecía a su primera esposa. Y después leyó sus cartas de amor. Y cuanto más sola se sentía más recordaba todo. Y así se enteró de que había heredado de ella todas las palabras cariñosas y que sólo era su suplente. Eso la sublevó y cometió todas las estupideces para ganárselo personalmente. Eso a él le cansó. Y cuando las comparaba a solas, la nueva esposa dejaba mucho que desear. No era tan noble como la otra y le ponía los nervios de punta. Además, extrañaba a los hijos que había echado de casa. Luego llegaron las pesadillas y creyó ser infiel a su esposa muerta.

El libro de Jonah, Joshua Max Feldman

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Silvia se había colocado junto a una de las vigas, con el bolso colgando del ángulo del codo, con un pie- calzaba unas bailarinas negras- detrás del otro, con la mirada perdida en la pared del fondo, la más larga del loft,  el dedo índice apoyado ligeramente en la nariz, silenciosa y sonriendo; como si incluso aquella pared desnuda resultara una fuente de dicha. Casi nunca se la veía en ese estado de ánimo, en esa pose. Su trabajo exigía seriedad: trabajaba en acuerdos de miles de millones de dólares, de los que dependían miles de empleos, con empresas multinacionales. Esa seriedad –las horas y el esfuerzo que exigía- inevitablemente se contagiaba al resto de su vida, con lo que los momentos como ese, en los que toda su atención se veían inundada por una felicidad que nada podía alterar, eran escasos y difíciles de mantener. Jonah reconocía lo mismo en él.

 

Vida y destino, Vasili Grossman

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Durante toda su vida, Abarchuk había sido implacable con los oportunistas, siempre había odiado a las personas con dos caras, a los elementos ajenos desde el punto de vista social.

Su fuerza espiritual, su fe, consistía en el derecho a juzgar. Había perdido la confianza en su mujer y la había abandonado. Creía que no sería capaz de hacer de su hijo un combatiente inquebrantable y se había negado a darle su nombre. Abarchuk estigmatizaba a los que dudaban, despreciaba a los llorones y a los escépticos que manifestaran debilidad, Condenaba a los técnicos que en el Kuzbass  se dejaban llevar por la nostalgia de sus familias moscovitas. Había hecho que sentenciaran a cuarenta obreros socialmente ambiguos que habían abandonado la obra para volver a sus pueblos. Había repudiado a su padre burgués.

Era dulce ser inquebrantable. Juzgando a los otros  afirmaba su propia fuerza interior, su ideal, su pureza.

Trilogía Las grandes familias, Maurice Druon

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En aquel lugar aterciopelado, brillante, lujoso, hecho para la diversión nocturna o los encuentros amorosos de la juventud dorada parisina, en ese momento, sólo aquella mesa, compuesta mayoritariamente por seres en decadencia, emergía de la sombra. La luz del proyector revelaba con dureza los estragos del tiempo, los realzaba frente a toda la sala sobre una gran bandeja redonda de claridad. Allí estaban, inmóviles, pasmados en sus alegorías, como una escena de cera del museo Grévin. Parecía no tener ya alma, sino simplemente un espejo de plata oxidada detrás de los ojos. Sus rostros presentaban no sólo la fatiga de una vigilia que sus tejidos ya no podían soportar, sino también las marcas de los cataclismos internos.

El conde y otros relatos, Claudio Magris

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Pero él seguía asistiendo a la oficina por costumbre, porque así lo había hecho durante años, tal y como había renovado su abono en el Teatro Verdi sin que hubiese disminuido su indiferencia por las óperas, que le parecían casi todas iguales. NI siquiera creía que lavarse los dientes sirviera para algo, eso era tan cierto que los dentistas seguían ganando un montón de dinero a pesar del gran consumo de dentríficos, pero él se los había seguido lavando.

Determinadas cosas sencillamente no se cuestionaban: si dejaba de lavarse los dientes o de ir al teatro, toda la sociedad podía trastocarse. Y él se sentía muy a gusto en esa sociedad. No la amaba, eso sí que no, pero la respetaba por lo bien organizada que estaba, con las cédulas los títulos los dividendos los matrimonios los teatros y los cepillos de dientes. Todo servía, todo ayudaba a mantener las cosas lejos. El mar, por ejemplo, quedaba justo detrás de la bolsa de valores, del otro lado, vasto y con sus blancas olas, pero bajo las columnas y el frontispicio neoclásico de la bolsa no se lo veía ni se lo escuchaba, y todo estaba en su lugar.

La filosofía del vino, Béla Hamvas

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El cientificista es un personaje inofensivo y torpe y también la variedad más cómica del ateísmo. El puritano es un hombre agresivo. El vigor de sus ataques se debe en gran parte a que cree haber hallado la única manera correcta de vivir. Una persona puede ser puritana siendo materialista o idealista o budista o talmudista, porque el puritanismo no es una concepción del mundo sino un temperamento. Dos son las condiciones necesarias para un puritano: una estrechez de miras debida a su fe ciega en determinados principios y una disposición tan aguda como pérfida a luchar por estos mismos principios.

 Viajes con Charley  en busca de Estados Unidos, John Steinbeck

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Había estado varias semanas estudiando mapas, a gran escala y a pequeña, pero los mapas no son en realidad ni mucho menos… pueden ser además unos tiranos. Conozco gente que está tan inmersa en los mapas de carretera que no ve nunca el territorio por el que pasa, y otros que, después de haberse trazado una ruta, se aferran a ella como si estuvieran encajados con ruedas de pestaña en unos raíles. Conduje a Rocinante hacia un pequeño merendero mantenido por el estado de Connecticut y saqué mi guía de mapas de carretera. Y los Estados Unidos pasaron a hacerse de pronto tan increíblemente inmensos que era imposible del todo cruzarlos. Me pregunté cómo demonios me había enredado en aquel proyecto irrealizable. Era como empezar a escribir una novela.

Duermevela, Eduardo García

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Equipaje

A pleno sol camino, como todos:
acarreo mi propia oscuridad.
Con mi ataúd al hombro remonto la corriente. Disimulo
mi íntima niebla, mi gélido rincón
y mi ojo de aguja inconsolable.

Acomodo mi carga funeraria.
Escruto los semblantes: me conmueve
su dignidad de estatuas. Siento el eco
de su vasta tiniebla. Me pregunto
dónde ocultan su fúnebre equipaje,
cuánto pesa su propia oscuridad.

 

 

La mano azul. La generación beat en la India, Deborah Baker

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William Burroughs llevaba años viviendo solo en un cuarto pequeño y húmedo cuya puerta daba a los jardines de la Villa Muniria de Tánger. De vez en cuando viajaba a París y Londres y, en dos desafortunadas ocasiones, había vuelto a Estados Unidos, siempre con la intención de quitarse de las drogas, conseguir dinero o ver a Allen. Pero siempre acababa volviendo a la Villa Muniria, al principio por escapar de los cargos por el asesinato de su mujer en Sudamérica; más tarde, porque se había convertido en su hogar. Una de las paredes del cuarto le servía de galería de tiro; en la otra, colgaban las fotografías de su viaje a las fuentes del Amazonas. El rincón de honor lo ocupaba una caja orgánica en la que, encorvado como un pájaro gigante, se sentaba a fumar Kif.

 Espías de Franco, Josep Guixá

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La organización de Cambó, además de recoger información y hacer propaganda, se encargaba también de ayudar a escapar a simpatizantes de la Lliga que estaban en peligro, y aun de rescatar a sus familiares y de presetarles ayuda para acceder a la españa nacional. Esto podía deparar desagradables sorpresas, como la que relata Sentís en sus memorias, quien se encontró en San Sebastián con el fiscal militar que instruyó su procesamiento en 1934, o, como explica Albert Manent en su estudio de las peripecias regionalistas, la detención en Pamplna de todo un ex ministro como Pedro Rahola. Que Pla se dedicase a tantear el terreno para los refugiados explicaría por qué sabemos tan poco de su estancia en Marsella en las semanas que siguieron a su llegada.

 Los obreros contra el trabajo, Michael Seidman

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Los industriales electrificaron y mecanizaron ciertas empresas textiles, pero gran parte de los beneficios que podrían haber invertido en la modernización de la maquinaria anticuada, en concentrar empresas dispersas o en desarrollar nuevas industrias y liberar a la región de la dominación económica extranjera, fueron a parar a otros lugares. La burguesía barcelonesa prefirió adquirir nuevos automóviles extranjeros, especular en marcos alemanes o bienes inmobiliarios berlineses, o edificar viviendas lujosas. La enorme oportunidad brindada por la Primera Guerra Mundial se dilapidó y una previsible crisis de posguerra hizo tambalearse la industria catalana.
(…)
Con el poder en manos libertarias, durante las primeras semanas de la revolución el anticlericalismo popular se manifestó de forma espectacular. Las “masas” impusieron violentamente la separación Iglesia-Estado, que apenas se había logrado de forma vacilante con el advenimiento de la Segunda República. La Iglesia solía concitar el odio de las clases populares debido a su indentificación con el orden tradicional y su naturaleza improductiva y “parasitaria”. Los esfuerzos de un reducido grupo de democristianos sinceros no lograron alterar la percepción del Iglesia como una institución reaccionaria por parte de los militantes obreros. Durante la década de 1930, en Españamucha gente conlcuyó que la Iglesia era una aliada de hecho del “fascismo”(…) Prácticamente todas las iglesias de Barcelona fueron incendiadas: durante el llamado terror rojo, casi la mitad de las víctimas fueron eclesiásticos.
(…)
Casa Girona también representaba uno de los ejemplos más significativos y espectaculares de los problemas del control obrero en la revolución española. Casa Girona, también conocida como Material para Ferrocarriles, empleaba a mil ochocientos trabajadores y era una de las fábricas metalúrgicas más importantes de Barcelona. Antes de la revolución se había dedicado a la fabricación de equipamientos ferroviarios; a partir del 19 de julio se produjo material bélico. Un informe del consejo de la fábrica (controlado por la CNT) de Casa Girona al Sindicato de Metalurgia de CNT de Barcelona informó de que antes del 19 de julio los costes habían sido de 31.500 pesetas y que estos habían aumentado hasta llegar a las 105.000 pesetas. Los gastos para el personal jubilado habían aumentado desde las 688 pesetas previas al 19 de julio a 5.719, y los de las bajas por enfermedad habían pasado de cero a 3.348 pesetas. Los costes salariales semanales se habían disparado de 90.000 a 210.000 pesetas. Con todos estos aumentos de costes “debe procurarse llegar, si no al máximo de trabajo que así debiera ser, al menos a una producción intensa”. Ahora bien, declaró el consejo de fábrica, la realidad era que a pesar de las grandes mejorías en las prestaciones y un incremento de plantilla que había hecho pasar a la empresa de los mil trescientos empleados anteriores a la revolución a la cifra actual de mil ochocientos, la producción había disminuido.

 

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