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Intemperie, de Jesús Carrasco

por Marisol Oviaño

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A una sociedad en la que muchos pueden sufrir una crisis nerviosa si se quedan sin batería en el móvil, no le viene mal una novela tan cruda como Intemperie.

Jesús Carrasco nos cuenta la historia de un niño que huye de su casa y llega al llano, donde apenas hay sombra, agua, comida o sitios para esconderse. La comarca ha sido tan devastada por la sequía que muchos pueblos han quedado desiertos, y el entorno es tan extremo, que la diferencia entre la vida y la muerte puede estar en un buche de agua o en el capricho de los congéneres más fuertes.

Pero a pesar de la la hostilidad del medio, el niño ha estado planeando su huida durante meses y en ningún momento, ni siquiera cuando se le acaban la comida y el agua, piensa en volver atrás. Entonces su camino se cruza con el de un anciano cabrero parco en palabras, que lo acoge como si no pudiera hacer otra cosa. Ni el niño le cuenta por qué está solo en el llano, ni el pastor hace preguntas; simple y sencillamente dejará que lo acompañe, compartirá con él la poca comida, el agua y el trabajo, le irá enseñando el oficio de sobrevivir y, cuando llegue el momento, lo protegerá con su silencio del alguacil y su cuadrilla.

En el fajín en el que Seix Barral anuncia que Intemperie. ya va por la decimoquinta edición, se habla de Delibes y de Cormac McCarthy, influencias que no niego. Pero mientras leía la obra de Jesús Carrasco no pensaba en ellos, sino en en el marido de la hermana de mi madre: hasta que a los 15 años emigró a Madrid para mandar dinero a su familia, aprovechaba los descuidos de los cabreros para robar un poco de leche a las cabras, y salía antes de que amaneciera a robar ¡algarrobos! para echarse algo al estómago. Mientras la leía, no pensaba en otros escritores, sino en que entre los protagonistas de Intemperie y yo sólo hay una generación. Y para mí ése es el gran logro de Jesús Carrasco.

Luego está el tema del virtuosismo del estilo del que tanto hablan quienes han leído el libro. Poético, hermoso a propósito, descriptivo hasta decir ¡basta!, rural, anacrónico y, para mi gusto, en algunas ocasiones excesivo y poco natural. Cuando leo a Delibes tengo la sensación de estar ante una voz propia; sin embargo, y aunque me ha gustado mucho Intemperie, he tenido demasiadas veces la sensación de que estaba ante un ejercicio de estilo. Habrá que esperar a su siguiente obra para averiguar si esta es la verdadera voz de Jesús Carrasco.

Excepto esos excesos estilísticos que tampoco molestan gran cosa, encuentro que Intemperie es una novela de grandes aciertos, empezando por el título. Pocas veces encontramos títulos que definan con tanta precisión lo que vamos a encontrar entre las páginas del libro.

Otras buena decisión ha sido no situar la novela ni en el espacio ni en el tiempo, y dejar que sea el lector -fundamentalmente el español- quien deduzca que todo pasa en la meseta: llano, secarral, cabras… y que tiene lugar en la primera mitad del siglo XX:

Sólo el alguacil disponía de un vehículo a motor en la comarca y, que él supiera, sólo el gobernador poseía un vehículo de cuatro ruedas. Él nunca lo había visto, pero había oído cientos de veces la historia de cuando fue al pueblo para inaugurar el silo de grano. Al parecer, los niños le recibieron agitando banderitas de papel y en la celebración se sacrificaron varios corderos. Quienes lo habían vivido describían el automóvil como si de un objeto mágico se tratara.

Jesús Carrasco también ha elegido muy bien en qué momento dar inicio a la historia: la novela comienza cuando el niño ya está escondido en un agujero y oye como le buscan los hombres. En principio podemos pensar que sólo ha huido por espíritu aventurero, o porque ha hecho alguna trastada. Pero a medida que vamos avanzando en la lectura y vemos que prefiere la durísima vida del llano a regresar a su casa, comprendemos que el niño vive en la más absoluta intemperie y que su familia no es un refugio para él, sino todo lo contrario. Y eso va acrecentando nuestra curiosidad.

A lo largo de Intemperie apenas hay nombres. El niño es el niño, el cabrero es el cabrero, el aguacil es el alguacil… Sólo algún personaje muy secundario tiene algún mote. El hecho de que nadie tenga nombre, hace que todo sea un poco más inhumano, que es lo que busca el autor.

También el ritmo es uno de los grandes aciertos de Jesús Carrasco. A lo largo de las páginas de su novela podemos ver cómo se va conteniendo, tanto en el estilo -aunque en algunas ocasiones se le vaya la mano-, como en la información, que dosifica con cuentagotas. Y justo cuando empiezas a decirte: vale, todo esto es muy bonito y muy descriptivo, pero ¿va a seguir muchas más páginas contándonos cómo se enjaeza un burro?, empieza la acción. Y ya no podrás dejar de leer.

En resumen, una novela original, intensa y muy literaria.

Ver entrevista Jesús Carrasco en Página 2

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