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Libertad, libertate, liberté, libertà, libertade, liberty, freiheit, cвобoда

por Robert Lozinski
Imagen en contexto original:rosiesnotred

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¿Puede la muerte darle de repente un sentido a la vida? La madre del muchacho moldavo que murió hace años en las protestas anticomunistas contaba, entre lágrimas, al público televidente que su hijo fue golpeado y torturado ¿y para qué? Nosotros, en cambio, teníamos preparada la respuesta. Murió por la libertad. ¿Por qué otra cosa va a ser?

Libertad, libertate, liberté, libertà, libertade, liberty, freiheit, cвобо́да, etc.

Creo que muchos de los que participan en las manifestaciones de Ucrania lo hacen porque quieren ser libres. Tal vez la mayoría. Habrá un bando de especuladores, claro, esos no faltan, y algunos que se han ido porque fue el vecino, el amigo o una novia de armas tomar. Pero la mayoría quieren ser libres. No hay duda. Ni por todo el gas ruso cambiarían este sueño. La Cвобoда ucraniana de estos días reúne a todas las pequeñas libertades del individuo, de actuar, de pensar, de reír, de cantar, de amar, de comer y de comprarse cosas simplemente en una sola: la libertad. Algunos piensan que en su nombre incluso vale la pena morir.

Y de hecho mueren.

En el socialismo soviético no hemos pasado hambre ni frío, pero tampoco hemos comido en exceso ni nos hemos bañado en los rayos de la luz eléctrica. Había una especie de límite, de freno a todo: al consumo, a la iniciativa, a la libertad de decir cosas y sobre todo a la comodidad del ciudadano. No nos daban ni mucho ni poco, lo justito para que nos diéramos por contentos y no se nos ocurriera que se podría tener más. ¿Éramos menos libres que un norteamericano o un ciudadano de la Europa Occidental? Claro que sí, aunque no lo sabíamos. ¿Por qué? ¿Porque no podíamos consumir desmedidamente? No. Porque no podíamos elegir.

El adiestramiento de estos seres sin pretensiones en quienes nos acabaron transformando se llevó a cabo en decenios de sufrimiento, lágrimas, deportaciones, gulags, ejecuciones sin juicio. Cuando estos seres llegaron a la edad adulta, 20 o 21 años, la mía de aquella época aproximadamente, alguien consideró que una sociedad de millones de individuos que habían aprendido a vivir sin consumir no era buena. Fue como una explosión que al grito de ¡quien no consume no es libre! lo hizo pedazos todo. Nos volvimos todos como locos. Queríamos ropa con etiqueta, latas de Coca-cola o Tuborg, frascos de güisqui, chicles y cigarrillos Camel. Éramos como indios engañados con baratijas y aguardiente.

No sé si el mejor camino de llegar a la libertad es a través del gasto, ni si los ideólogos del cambio lo eligieron de forma intencionada. Hacerme esta pregunta ahora es inútil. Además sonaría un poco a mojigatería; todos queríamos ropa con etiqueta, latas de Coca-cola o Tuborg, chicles y cigarrillos Camel.

A principios de los 90 la Universidad de Kishinau envió a España, por primera vez, a un pequeño grupo de estudiantes. Hasta entonces al extranjero sólo iban los profesores. Estrictamente vigilados y controlados por las finísimas antenas de los servicios. No he podido olvidar las caras de mis compañeros al volver a casa; de bobalicona felicidad. Otro amigo viajó a París. Cuando regresó nos impresionó a todos su camiseta negra con el dibujo dorado de la Torre Eiffel en el pecho. ¡Europa tenía que ser así, como esa torre dorada de la camiseta! Empezamos a vivir nuestro particular sueño europeo. Con temor, como algo que se haría pedazos si nos atrevíamos a tocar con nuestras torpes manos socialistas, al parecer buenas sólo para sujetar hoces y martillos. Debe ser el complejo de tocar lo bonito que en seguida se asocia con la bruteza. Empezábamos a enterarnos poco a poco de que en Europa las carreteras eran lisas y anchas, de que de noche había mucha luz por las calles, de que sus excusados estaban limpios y perfumados, provistos de ¡papel higiénico rosado y suave! Por lo bajo confieso que en la URRS no lo había y el culo se limpiaba con trozos de periódicos. Vamos que Europa tenía pinta de fina y elegante. Nosotros en cambio éramos como gorilas que se hurgan en la nariz y observan el resultado, maleducados por fuera e inocentes por dentro. Desconocíamos el olor de un buen perfume y olíamos a fábricas, a cooperativas agrícolas y a turbamultas obreras. Parecía que por fin alguien nos quería dar algo bonito.

Ahora en los debates que vemos en la televisión empieza a decirse que Europa ha sido un poco tramposa. En 2007, cuando Rumanía fue recibida en la CE no oí a nadie, a ningún patriota euroescéptico, manifestarse al respecto. Nadie nos abrió los ojos para que pilláramos el engaño ni nos advirtió de que el Coloso Europeo, o CE y el Perverso Occidente, o PO, venían a robarnos el gas, el oro y las llanuras agrícolas. De que esas cosas se llaman “riquezas” y nosotros teníamos que defenderlas. Ahora resulta que los ricos éramos nosotros. Madre mía, hay que joderse.

Yo no sé si existe una libertad perfecta. Es decir una libertad para el gusto de todos. La mía es la que tengo ahora y la quiero disfrutar. Lo voy a hacer también por ese muchacho moldavo que murió por conseguirla y por su madre, que se niega a entender por qué su hijo ha muerto.

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Robert Lozinski es autor de La ruleta chechena

5 respuestas a «Libertad, libertate, liberté, libertà, libertade, liberty, freiheit, cвобoда»

Fue leyendo a Robert cuando me reafirmé en el conocimiento de haber vivido yo también, en España, una infancia socialista -socialismo nacional católico pasado por el plan de estabilidad y el opus, señora, pero socialismo-.

Cuando le expliqué el hecho a un izquierdista casi se me muere.

Me ha gustado muchísimo en la forma y en el fondo este artículo de Lozinski y me gustaría darle la enhorabuena.
Y el comentario de Miguel me ha arrancado una pequeña carcajada, que siempre viene bien en lunes.

No existe una libertad perfecta por la simple y sencilla razón de que la libertad, como todo en esta vida, tiene contrapartidas; la inseguridad, por ejemplo, es una de ellas. Quizá pronto estaréis como nosotros: dándoos cuenta de que sí, podéis elegir, pero sólo entre gato blanco y gato negro.

Respecto a lo del socialismo que dice Miguel, probablemente haya similitudes; pero me da la sensación de que aquí disfrutábamos de más libertad económica, había cierta movilidad social: alguien nacido en la más humilde clase social podía ascender de clase gracias a su trabajo. Pienso en mi padre y en algunos de mis clientes jubilados: muchos de ellos pasaron hambre y muchas penalidades de niños, pero pudieron labrarse una pequeña fortunita gracias a su trabajo, bien porque estudiaran a la vez que trabajaban gracias a las becas franquistas, bien porque montaban pequeñas empresas que triunfaban. Y algo me dice que en Rumanía no existía la posibilidad de prosperar.

¿Prosperar? No. El sistema no te dejaba prosperar. Sólo se podía vivir muy modestamente. Nadie podía superar el nivel impuesto. Todo era muy controlado, incluidos los que trabajaban en el extranjero y ganaban más. Los dólares, marcas o francos estaban prohibidos. En la URSS exsistía el pago por cheques en tiendas especiales. Tampoco los dirigentes podían amasar fortunas. Tenían ciertos privilegios, eso sí, pero no riquezas ni en dinero ni en tierras ni en nada. A nadie se le dejaba saltar la barrera. No había una diferencia tan gigantesca entre una minoría desmesuradamente rica y la mayoría pobre. Creo que este fue el mayor logro. Se llegó más o menos a una igualdad social. Lo que no estaba bien era el freno casi total a la iniciativa individual. El individualismo en la URSS era considerado impuro, un vicio del pasado que había que eliminar. Toda actividad laborar debía desarrollarse dentro de un colectivo, fábrica, colectivo agrícola, escuela. Bien a la vista de todo el mundo. Los maestros debían estar rodeados siempre de sus alumnos, hacer actividades extraescolares, organizar concursos deportivos. A los críos no se les dejaba aburrirse en sus casas, solos e inactivos. La escuela era total. En la escuela se comía, se aprendía, se jugaba. No se verdad que se trabajaba poco. Se trabajaba mucho y siempre. Quien preparaba la comida en casa era yo porque mis padres no tenían tiempo. No dejar que se relajen, era el lema. A ver si escribo algo sobre eso. Los sábados eran laborales. Los domingos a veces nos sacaban a hacer trabajos de limpieza en los parques o en las calles. La jornada laborar de 8 horas, lograda con sangre trabajadora, era un mito. En fin, que se trabajaba duro pero sin posibilidad de prosperar. No creo que os gustaría vivir así. Se nos explotaba igual que en el capitalismo pero cobrábamos mucho menos. El caso es que los gastos eran miserables y entonces había un equilibrio. Pero la gente se acostumbró a vivir así y era feliz. Nadie envidiaba a nadie por lo que tenía. Esa es la idea. No hay sociedades ni libertades perfectas.

Socialismo era, Miguel, aunque trentiano y paternalista. Pero con una diferencia decisiva: el régimen de Franco respetaba la propiedad privada. Era como la socialdemocracia de Rajoy, pero con estricta abstinencia sexual y misa los domingos. Por lo demás, entre el NO-DO y TVE no había prácticamente ninguna diferencia.

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