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Cosas raras de escritores

por Marisol Oviaño

Mientras escribo estas líneas, mi hija está conmigo en la terraza.
Ella tiene puestos los auriculares, yo estoy oyendo los vídeos que ha colgado Miguel.
Ella está tras su ordenador negro brillante; yo estoy tras el mío, negro mate.
Ella ahora teclea furiosamente, ahora se queda con la mirada perdida por encima de la pantalla, pensando.
Yo, también.

Cuando habitualmente se pregunta por qué le pasan cosas malas, yo suelo decirle que le ayudará mucho más preguntarse para qué. “Podrías convertir todo el dolor en arte. Tienes la típica vida del artista: eres diferente a los demás”. Pero ella ponía una mueca «¡Ja!». Y no digamos ya como se partía de la risa cuando le sugería que escribiera.

Pero ayer por la mañana se levantó y me dijo.

– ¿Sabes qué? Llevo tiempo pensando en ponerme a escribir mi vida.
Aunque me estremecí, disimulé. Sé por experiencia que del dicho al hecho hay un trecho, y que mi alegría podría interpretarse como una medida de presión.
– Me parece muy bien, ahora sólo tienes que ponerte a hacerlo.

Poco después yo me fui a comer al cumpleaños del amigo Eduardo. Mientras disfrutaba de la carretera, me decía que las últimas visitas al hospital y la proximidad de la operación habían activado algo en ella; y se me saltaban las lágrimas pensando en todo el sufrimiento que mi hija ha soportado desde el mismo momento de nacer. Me preguntaba qué sucedería si le cogiera afición al asunto y se lo tomara en serio. Qué sucedería si resultara que quiere ser escritora. ¿Qué hay que hacer en esos casos, cuando tú eres escritora y profesora de escritores?

No quiere que le pregunte nada, ni que lo lea, ni que hablemos del asunto. Aunque de vez en cuando me hace algún comentario tipo: “Ya llevo cuatro páginas”. Pero yo no debo preguntar ni inmiscuirme; esperaré a que sea ella la que saque el tema y, mientras, viviré como si ella no estuviera escribiendo.

Cuando he salido a la terraza con mi ordenador, he intuido que estaba escribiendo por la expresión de su cara. Me he sentado en otro lado de la mesa y me he puesto a lo mío sin dirigirle la palabra. Respetando su territorio.

Y aquí ando.
Escribiendo que ella escribe.
Espero que ella no esté escribiendo: “Mientras escribo estas líneas, mamá está escribiendo a mi lado”

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