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General Lecciones de la vida

La vida es tristeza y alegría

por Marisol Oviaño

Estaba siendo una semana de mierda.
No había funcionado ninguno de los planes para ganar dinero. Hacía frío y llovía. El fontanero no había conseguido arreglar la gotera de la trinchera proscrita. Mi libro no ganó el premio al que lo había presentado. En casa tuve que desatar un armagedón para restablecer la disciplina.

Y cuando al fin me quedé sola, harta del macho alfa que siempre puede con todo, rompí a llorar como la pequeña mujercita que en realidad soy. Lloré como un deshielo por todos los años que llevaba sin llorar, por todas las veces que caí y me levanté fingiendo que no me dolía nada, por todas las bajas que nunca he querido contabilizar.

Las lágrimas arrastraron aquel lodo de desdicha al sumidero del olvido, y dejaron mi corazón limpio como el cielo tras la lluvia. Me acosté tardé y dormí bendecida por el cansancio del llanto.

Al día siguiente el sol salió por mi ventana, volví a empuñar mi fe como si nunca hubiera deseado rendirme y volví a la lucha.
Nadie dijo que fuera fácil (Amorcito dixit).
Cada día tiene su afán y a él me entregué con diligencia. Llegaron correos esperanzadores, el teléfono sonó cargado de promesas; por la trinchera proscrita pasaron algunos fieles clientes que ya son amigos, para hablar de trabajo y compartir sus cosas conmigo.

Más tarde el hombre que no calla vino a mirarse en mis ojos y a que yo mirara en los suyos, tan guapos. Cuando se fue, podía atarme la sonrisa detrás de las orejas.

Y hoy cuando cerré la trinchera, Sol, siempre generosa, me invitó a un largo aperitivo en la terraza de Casa Aizpuru, donde Ricardo y el Pantera nos tratan como reinas. Disfrutamos del sol, de las cervezas, de las ricas tapas, de la conversación y de nuestra amistad de mujeres libres.

Ahora, sentada en la terraza de mi casa, el gato duerme a mi lado mientras yo escribo y la vida entona su invencible canción entre las hojas de los árboles.
La lucha, aunque difícil, vuelve a ser mía.

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