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Internet, el amigo de los pobres

por hijadecristalero

Antes el verano me daba un respiro: gastaba menos gas y menos luz.
Pero las compañías han encontrado la manera de cobrar lo mismo en junio que en enero: te mandan una carta diciéndote que tienes que pasar una revisión obligatoria –no importa que tú ya tengas contratado ese servicio con otra empresa, unos 90 euros al año- y aprovechan para cobrarte, además, un impuesto a no sé qué del edificio. Resultado de la factura de junio: 24 euros de consumo. Importe total a pagar, 152.
Ya no te dejan ni el recurso de no consumir.

Así que, como en cualquier caso se las van a ingeniar para cobrarme más de cien euros por factura y yo cada vez le tengo menos miedo a la crisis, este año estoy cometiendo la temeridad de dejar el termostato a 15º. Lo bajo a 11º si nos vamos un par de días fuera.
Y eso fue lo que hice este fin de semana.

Ayer, cuando regresamos a última hora de la tarde, la casa estaba helada. Subí el termostato y nada. Hacía “clic”, pero la caldera no saltaba. Abrí el grifo y comprobé que no había ningún problema con el agua caliente. Crucé los dedos para que sólo fuera la presión, no puedo permitirme una avería, ya me he gastado en los últimos meses cerca de 150 euros en revisiones inútiles. (A Oriol Pujol no se le ha ocurrido lo de las ITV, simple y sencillamente ha copiado un sistema para esquilmar al pueblo, en nombre de su seguridad, que otros llevan muchos años utilizando. Hasta para eso es español). Respiré aliviada cuando vi que la presión estaba baja, y abrí la llave hasta que el manómetro marcó los bares recomendados.
Pero la calefacción seguía sin funcionar.

Ya eran las diez de la noche, acabábamos de llegar de viaje, estaba cansada y todo aquel asunto me había puesto de mal humor. De modo que me tumbé en el sofá a ver la tele, y me fui a la cama esperando en que la caldera se arreglara sola. O, cuando menos, que dios me iluminara durante el sueño.

Por supuesto, cuando me he despertado esta mañana la casa seguía pareciendo un iglú. Había que ver a mis hijos deambulando con las capuchas de la sudadera bien caladas, arrastrando las colas de las batamantas que su abuela les ha regalado por Reyes; esto parecía un templo de caballeros jedi.

Si dios me había dado instrucciones precisas, yo las había olvidado. Pero tenía fe en que no sería una avería gorda, porque la caldera parecía funcionar; “tendremos calefacción a lo largo del día”, he prometido a mis jóvenes huestes. Pero tras pasar varias horas consultando casos similares en Internet y un buen rato revisando las tripas de la caldera con una linterna, no había conseguido nada.

– Joder, esto nos va a costar una pasta que no tengo –me he lamentado en voz alta.
Y mi primogénito, que también había estado mirando posibles soluciones en internet y que estaba sujetando la linterna, ha dicho muy tranquilo.
– Yo tengo dinero.
– Lo necesitas para pagar la facultad.

Como ya era la hora de comer, me he quitado la gorra de fontanero, me he puesto el delantal y he hecho unos deliciosos espaguetis con albóndigas.

Después he vuelto a merodear por la caldera, he vuelto a probar encender y apagar, pasar del modo verano al modo invierno, cambiar la temperatura del termostato… Nada.

Pero a eso de las siete de la tarde, inasequible al desaliento, he vuelto a trastear en internet y he encontrado varias averías similares a la mía. Los expertos recomendaban a los usuarios puentear el termostato. De modo que he buscado el punto en el que el termostato del salón hace conexión con la caldera de la cocina, he toqueteado un poco los cables y ¡voilà!

¡La calefacción funciona!

—-
hijadecristalero es autora de Historia de un desclasamiento

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