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La compra del mindundi

por hijadecristalero
(la calabaza de la foto es de la huerta de mi tío)

Hace muchos años que le compro la fruta a Venancio.
Cuando vivía en un chalet nunca se me ocurrió poner los pies en su local; en él sólo entraba gente que, a todas luces, no formaba parte de las fuerzas vivas del pueblo: jubilados de pensión mínima, inmigrantes, divorciadas que no cobraban un euro del exmarido…

La estética del local de Venancio -mitad supermercado a la remanguillé, mitad frutería y verdulería- era casposa. En las otras fruterías daban ganas de acurrucarte en las bonitas estanterías de teka y no salir nunca de allí. Las otras estaban “diseñadas”, la de Venancio tiene una columna justo detrás del mostrador y, colgado en ella hay un teléfono de pared de los de toda la vida. Beige clarito, con su cable rizado larguísimo y dado de sí. A veces Venancio te está atendiendo, le suena el teléfono y deja de hacerte caso para apuntar ,con lápiz y en una libreta, el pedido que le hacen desde algún restaurante de la zona.

De un tiempo a esta parte ya no paso a comprar una vez a la semana (¡qué más quisiera yo!), sino una vez al mes. Por mucho que Venancio ajuste los precios, no puede competir con las grandes superficies. Y por mucho que yo quiera hacer patria chica y comprar en el pequeño comercio, llega un momento en la caída en que 50 céntimos de diferencia suponen comer o no comer pan ese día.

Pero en cuanto tengo cinco euros de sobra, nos pasamos por su tienda y nos damos el gustazo de comprar fruta y verdura fresca. Por el mismo dinero, en Día, Autoservicio descuento, llenaría la cesta de frutas resobadas que tendrían el mismo nombre, pero la mitad de sabor y mucho más golpes.

Hace seis meses, un chico joven de la sierra abrió en mi calle una tienda de productos ecológicos, que supongo que venderá fruta y verduras. Hace un par de meses, un marroquí abrió otra humilde frutería en mi calle, con frutas y verduras por toda decoración, y desde el primer día la tuvo llena. Y esta semana unos rumanos han abierto, cien metros más arriba, otra. “Productos rumanos y latinos”, pone en el cartel. Aunque en las cajas, que ahora todos los fruteros del pueblo sacan a la calle, había naranjas, manzanas, lechugas, mandarinas… Ignoro su origen, no lo he preguntado.

En cuatrocientos metros, hay ahora mismo cinco sitios en los que se pueden comprar fruta y verduras (Venancio, que sería el sexto, está en una calle aledaña, a un tiro de piedra). ¿Alguien sabe qué está pasando con las fruterías?

Cuando he salido de trabajar a las dos y media, he visto que la más nueva de todas ya estaba cerrada, pero habían dejado en el escaparate una lista de precios garrapateados con muchas faltas de ortografía, y me he fijado en el precio de las mandarinas: 0,95.

Cuando he parado en Día, Autoservicio descuento a comprar el pan, he comparado: 2 kilos, 2,15€.
Esto de hacer la compra sin dinero, cada día se está poniendo más difícil.

—-
Hijadecristalero es autora de Historia de un desclasamiento

2 respuestas a «La compra del mindundi»

Se puede vivir sin comer fruta. Se puede vivir sin beber leche de verdad. También se puede vivir sin comer carne de verdad o verdura sin tóxicos, la cuestión es cuanto tiempo. Así si salen las cuentas del INE que dice que vamos a menos en la población. Moriremos antes por comer mal y tener una mala salud sin una sanidad en condiciones. Eso si, solo para la gente normal, los de la raza suprema, osea los ricos no tienen nuestros problemas.

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