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Mi única opción es morir con las botas puestas; por mucho que me den, yo no puedo arrojar la toalla: cada vez que subo al cuadrilátero, en la primera fila dos pares de ojos no se apartan de mí.

por Marisol Oviaño
Fotografía en contexto original: rincóndelmagoypoeta

Siete años después de nuestra separación, quienes le conocieron siguen preguntándome si sé algo de él.

Pero sólo sé que la toalla que tiró entonces sigue en la misma esquina del ring.
Mientras, yo sigo peleando y encajando golpes, levantándome una y otra vez. Mi única opción es morir con las botas puestas; por mucho que me den, yo no puedo arrojar la toalla: cada vez que subo al cuadrilátero, en la primera fila dos pares de ojos no se apartan de mí.

A veces mi sangre les salpica.
Pero ya no se cubren con las manos para dejar de ver.
Saben que mañana les tocará a ellos, que no hay victoria sin sacrificio, y que la vida no tiene sentido cuando no hay razones para luchar.

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