por Juan Hopplicher
Ulrike se presenta en mi casa ya de madrugada. Tiene los ojos humedecidos y parece nerviosa. Me dice que se siente mal, que no puede dormir, que elaborar cientos de informes sobre desplazamientos no es suficiente para ayudar a las víctimas, que cómo puede preocuparse por sí misma cuando millones de colombianos pasarán la noche en tugurios.
Somos una generación saludablemente atea. Y sin embargo, lo que nos humaniza -tal vez lo único que lo hace- es ese monaguillo piadoso que todavía aulla en nuestro interior.
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Si quieres leer más sobre las andanzas de Juan: elviajedecríspulo
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