Para combatir el frío, cocidito madrileño.
Que además, si sabes cocinar, es uno de los platos más productivos. De un buen cocido salen varios días de sopa, ropavieja y hasta croquetas para varias personas.
Preparé el caldo anoche y, cuando lo pongo a calentar, la cocina se inunda de un olor que siempre asocio con mi padre. A pesar de que podía permitirse comer merluza y ternera a diario y angulas los días señalados, en su estómago mandaba el niño hambriento que había sido; y el cocido, sinónimo de festín para él, siempre fue su plato favorito.
Echo los garbanzos al caldo y me sonrío al recordar que no le gustaban las personas que comían con melindres, sino las que repetían plato. En Navidad disfrutaba tanto como sus nietos, nada le hacía más feliz que reunirnos a todos alrededor de una mesa repleta de buenas viandas y buen vino. En sus últimas navidades nos reunió a todos alrededor de su cama, y el día 7 de enero murió. Sin embargo, ninguno de sus hijos recordamos estas fiestas como las de su muerte, sino como la época en que nuestro padre celebraba la vida por todo lo alto.
Mientras bato la clara para el relleno, tengo una pequeña escaramuza con la benjamina de la casa, que anda buscándome las cosquillas. Diciembre no es un buen mes para las niñas sin padre, y a los quince años no sabemos ponerle nombre a los sentimientos ni hacia dónde disparar la rabia. Mientras ella vacía su cargador contra mí, añado con cuidado la yema, pan rallado y perejil, lo mezclo todo y lo echo a una sartén, para darle forma de tortilla.
Por último, añado la morcilla al caldo. Mi hija sale a comprar el pan dando un portazo. Mi padre y yo sonreímos: no hay nada que un buen cocidito hecho con amor no pueda arreglar.