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en familia

por Marisol Oviaño

Podía haber llamado a un par de amigos para que intercedieran en su favor.
Pero no lo hice, quería saber hasta dónde podía llegar él solo con sus propias armas, sin padrinos. Y hace dos días le confirmaron que el trabajo es suyo.

Cuando llamé a mi madre para contárselo, se echó a llorar de la emoción.

– Cualquiera que me vea, pensará que a mi nieto le han nombrado Ministro –dijo entre sollozos, riéndose de sí misma-, y no que le han llamado para trabajar los fines de semana.

Pero yo conozco la razón de esas lágrimas.
No existe una prueba del nueve para comprobar si has acertado en la educación de tus hijos, ni los desvelos de la maternidad terminan cuando las crías se independizan.

Mis cachorros y yo hemos sido más de una vez motivo de preocupación para mi madre. A ella le cuesta entender que me empeñe en coger siempre el camino más difícil, pero siempre ha estado ahí, apoyando a sus nietos aunque no estuviera en absoluto de acuerdo conmigo.

Y cada vez que alcanzamos un objetivo, ella llora de alegría.
Yo tacho una tarea de la lista y cojo aire antes de pasar a la siguiente.

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