por Rodolfo Naró
Gato del Circo Oviaño
En Tequila había cientos de perros callejeros. Flacos, mugrosos, con pulgas. Rondaban el mercado y con mirada tan triste esperaban que el carnicero les aventara un hueso para roer. Luego perseguían a los bicicleteros, ladrándoles las corvas, jugaban carreras con los autos en la avenida Sixto Gorjón o se paseaban orondos al lado de los caballos. Atrás de un pilar en el portal, en la azotea de una casa, en el rellano de una fábrica, tirados de panza en mitad de la plaza, arriba del kiosko o a la vuelta de cualquier esquina siempre me encontraba un perro, pero no un gato.
Llegué a pensar que los gatos eran animales de ciudad, no de pueblos como Tequila, donde había todo tipo de animales domésticos, por lo que yo siempre quise tener uno, quizá no como Don Gato, ni Demóstenes o Cucho, el mío sería como Benito, el miembro más inocente de aquella pandilla. Así como hay libros que marcan, en la infancia también hay caricaturas que hacen lo suyo. Recuerdo el episodio cuando Don Gato está a punto de cumplir el sueño de toda su vida, volverse millonario sin hacer nada. Una noche ve en el noticiero de televisión que están buscando a un gato que ha heredado una gran fortuna. La fotografía que presentan es la de Benito Bodoque y su seña particular: un lunar en la planta del pie. Don Gato corre con Benito y luego de mil lisonjas le pide que le muestre los pies. Un lunar idéntico al del heredero se dibuja en su planta. Jamás pensó Don Gato tener tan a la mano tanto dinero y estando a punto de tomar posesión de una gran casa, como la que siempre ha querido, aparece otro gato igual a Benito, diciendo que él es el verdadero heredero. El juez recurre a la prueba del lunar, al agua y al jabón. El episodio termina con Don Gato y su pandilla de nuevo en el callejón. El lunar de Benito era un chicle.
Hace unos días, un gato pequeño y malandro llegó a mi casa, puede ser un Benito haciendo carrera de Don Gato, pero este minino no saltó bardas, ni burló al oficial Matute, tampoco hizo tantas triquiñuelas como aquel rey de la pandilla. Ni tuvo que tocar la puerta para entrar. A las 2 de la noche, mientras despedía a Galo y a Gonzalo, mis amigos del taller, patinando, en carrera contra el vértigo cruzó la puerta un bólido atigrado y fiero. Traía el Jesús en la boca y el corazón hecho una locomotora sin freno que lo llevó a estrellarse contra el sillón de la sala. Todo podría ser tan natural, ya que vivo en la ciudad más grande del mundo y los gatos son citadinos, pero mi departamento está en séptimo piso y este gato subió por el ascensor.
Aún no sé qué destino tendrá, si el de Benito Bodoque o el de su gemelo heredero. Aún no sé cómo llamarlo, tantos nombres me han recomendado por Facebook que ganas me dan de adoptar varios gatos para usar esas palabras sin rostro y sin dueño. Nadir ha dicho: Runa, Galo: Ramberto, Edgar Godínez opinó que Margarita o Tequila, Mónica Montaño dijo que Sunny, Pilar Campos se inclinó por Mateo o Cuca, Aída Valdepeña sugirió, Poema y escribió en mi muro el ejemplo metafórico del reloj de Cortazar. Hellen Fonseca me dio mil consejos de cuidados, como el de Gerardo Mora, preocupado por la tierra de mis macetas y Cristian Arredondo interrumpió diciendo que quizá sería como el Gato Loco de Sabines. Sólo espero que suceda lo que sentenció Talita Leal-Fleischer: Dicen que los gatos son anuncios de buenas noticias para un escritor.
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Rodolfo Naró, Tequila, Jalisco, 1967. Poeta y narrador. Su novela El orden infinito, fue finalista del Premio Planeta 2006, y próximamente Ediciones B. México publicará su novela «Cállate niña». Puedes leer pequeños avances aquí: rodolfonaró
Una respuesta a «Don gato»
Yo conozco un gato que se llama Alberto al que su dueña, también escritora fallecida, dejó en hernecia (entre otras cosas) dos apartamentos en una céntrica plaza de Madrid.
Es un hecho verídico, no me lo invento.
Además, se parece bastante al de la foto.