por Marisol Oviaño
El otro día había dos mujeres marroquíes esperando que abriera la trinchera proscrita, querían saber cuánto les cobraría por enseñarlas a leer y escribir. Antes de tratar ninguna otra cuestión, les pregunté si tenían marido, pues sé por experiencia que muchos de ellos prefieren que sus mujeres sigan siendo analfabetas. Dependientes.
De modo que cuando una mujer casada me pide que la enseñe a leer y escribir, la remito a las instituciones, que yo no tengo guardaespaldas. Comenté el asunto por teléfono con mi amigo Isidro y se quedó muy pensativo; le impresionaba mucho que enseñar a leer y escribir pudiera convertirse en una actividad de alto riesgo. Y concluyó, un poco asustado, que algunos musulmanes tienen un inexplicable y primitivo miedo a la mujer.
Cuando colgamos, me quedé pensando en sus palabras.
El miedo a la mujer no es exclusivo de los musulmanes, está presente en todas las culturas, incluso en las más rabiosamente laicas. Y me pregunté si la homosexualidad de mi amigo Isidro no sería fruto del mismo temor.
Un par de días después, invité a una paella a Miguel Pérez de Lema y Juan Hopplicher. Mientras tomábamos unas cañas antes de subir a mi casa, ambos estuvieron de acuerdo en que la mujer española ha perdido gran parte de su femineidad.
Mientras les servía el arroz, no pude dejar de pensar que no son pocos los hombres heterosexuales que se quejan de que las mujeres ya no somos femeninas.
Mientras les hacía el café, me dije que sólo hay que rascar un poquito para ver que los hombres occidentales no echan de menos los tacones y los pintalabios, sino la sumisión al hombre.
Más tarde, mientras recogía la cocina, pensé que si yo fuera una mujer femenina, un hombre habría pagado la comida que habíamos disfrutado, el café, las copas y hasta el alquiler de la casa en la que se había celebrado la reunión.
Y que muchos de los hombres que conozco, por no decir todos, se sentirían muy cómodos en la sociedad que estos chicos preconizan.
Quizá no anden tan desencaminados.
http://youtu.be/1EP5UeiMSDQ
18 respuestas a «Miedo a la mujer»
Signora mia, disiento ruidosamente de sus afirmaciones. La femineidad bien cultivada, como la masculinidad bien cultivada, es un don del cielo que alegra la vida de los seres humanos e inhumanos en este valle de lágrimas, no siempre de cocodrilo. Me dicen mis hormonas -a gritos- que una simple visita al Caribe basta para zanjar el asunto. Una de las razones que me hicieron emigrar de Barcelona fue la deprimente constatación de que las catalanas NO mueven las caderas al caminar. Con independencia de la mayor o menor maestría sexual de cada quiena (sic), la femineidad es un regalo de infinitas dimensiones para los pobres varones españoles vapuleados por la corrección política.
En el presente las mujeres tenemos la posibilidad de decidir cuando, cómo y con quien vas a ser femenina, si quieres serlo. Me pregunto si alguna vez los hombres que piensan que las mujeres españolas estamos perdiendo feminidad, se cuestionan a sí mismos si ellos son unos señores en el mejor sentido de la palabra, en todo momento, como para que tengas la posibilidad de ser femenina a su lado sin hacer el más absoluto rídiculo o aun peor, cayendo en trampas estúpidas en las que pierdes tu libertad.
Me da a mí que la añoranza de la “mujer femenina” que sufre el hombre es idéntica al desengaño que sentimos las mujeres cuando comprendemos que tampoco existe el “príncipe azul”. Y que el placer que siente Casanova en el Caribe debe ser también idéntico al que experimentaría yo viendo trabajar a leñadores nórdicos, por poner un ejemplo.
Además ¿en qué consiste ser femenina?
¿Sólo en menear las caderas?
¿Es sólo un aspecto o una manera de ser? A mí, por ejemplo, me parece muy femenino sonreír.
Las quejas que yo oigo van un poco más lejos de la apariencia o los andares. Muchos hombres casados tienen la sensación de que sus padres vivían mucho mejor que ellos, que entonces ser hombre significaba algo porque las mujeres consagraban la vida a sus maridos.
Yo casi todos los días tengo un rato en el que me gustaría cuidar de un hombre: servirle una cerveza y una aceitunas y sentarme a escucharle, o cocinar para él, o curarle las heridas, o someterme a él bajo las sábanas… Si tengo alguno cerca, le pregunto cuál es su plato favorito. Si no, espero a que se me pase el ataque de femineidad y sigo a lo mío.
Ariadna tiene razón cuando dice que hoy en día ser femenina es una elección. Tal vez las mujeres de Barcelona ya no muevan las caderas, pero tampoco por aquí nos cruzamos a menudo con John Wayne.
Siento que los hombres tengáis que ir hasta el Caribe para ver buenos contoneos.
Me conformo con que cada vez que queráis menear las meninges, paséis por aquí.
A mi me encanta esta queja que tienen los hombres de hoy en día sobre la femineidad de las mujeres españolas. Claro que las mujeres ya no son tan femeninas, ¡pero tampoco los hombres son tan masculinos!, si lo entendemos de la forma antigua, de la de antes, que consistía en que el hombre trabajaba duro para mantener a su familia y así la mujer no tenía que salir de casa a ganarse un sueldo, con lo que tenía tiempo de tener la casa como un primor, los niños aseados, bien vestidos y acostados a las 8 de la noche para no molestar a papá cuando llegue, y su cutis limpio y terso, las uñas bien pintadas, el plato favorito del hombre servido en la mesa para cuando él llegue y siempre al día de las tendencias de moda para que cuando el macho, ese hombre tan masculino, la saque de paseo, ser la más bella del barrio. ¿A que estos hombres que se quejan no estarían dispuestos a renunciar al sueldo de su pareja para que esta tenga tiempo de ser más femenina? ¿Porque siempre se habla de que la mujer ha dejado de ser femenina y no se echa en cara al hombre de hoy su falta de masculinidad por no ser capaz de mantener a su familia con un sólo sueldo?
Silvia, me has recordado a Esther Vilar, una de las grandes mentes del S XX. En el fondo se diria que a todos nos han robado la cartera y estamos ms de acuerdo de lo que creemos, aunque nos cueste darnos cuenta.
Recomiendo a todo el mundo que relea «El varon domado», sobre la falsedad de la guerra de sexos, y la estafa de la ingenieria social, y la felicidad de la «esclavitud». Se puede leer en:el varón domado
My dear Miguel, con el tema de los hombres y las mujeres te patinan un poco las neuronas. Acabo de echar un ojo al link que has puesto y, francamente, Esther Vilar me parece una enferma mental… En las tres o cuatro primeras páginas he encontrado afirmaciones que a mí me parecen gilipolleces tan palmarias que no he seguido leyendo. Como, por ejemplo:
“…a diferencia del varón, la mujer es un hombre que no trabaja”
No sé de qué carísimo manicomio se habrá escapado Esther Vilar.
Excepto las multimillonarias –que no nos sirven para generalizar sobre la inmensa mayoría de la población-, las mujeres han trabajado toda la vida como esclavas sin recibir dinero a cambio.
Mi abuela iba a buscar la leña para encender el fuego, rompía el hielo del río para lavar los cacharros y las sábanas, atendía la huerta, cuidaba las gallinas y el cerdo, cuidaba de los hijos, hacía la comida, limpiaba la casa y, cuando su marido traía pescado de la capital, recorría los pueblos de los alrededores en un burro para venderlo. Mi madre trabajaba en una oficina, hacía la comida, ponía la lavadora, planchaba, nos educaba…
Y hoy la inmensa mayoría de las mujeres trabajan por partida doble: fuera de casa y en casa. Y encima tenemos que acordarnos de menear el culo cuando andamos.
“… los varones no dan ningún valor al lujo”
¿Ah, no? Entonces ¿todos esos BMW, Porsche, Mercedes y Audi que veo por la carretera están conducidos por mujeres disfrazadas de hombres?
Entonces ¿todos los yates que vemos amarrados en los puertos deportivos los han comprado las mujeres?
Y lo mismo podría decirse de las grandes casas: son ellos quienes necesitan mostrar su poderío a los demás. La mayoría de las mujeres que habitan en casas grandes, lo primero que hacen en cuanto se quedan viudas es vender el chalet o el pisazo para irse a vivir en un sitio más pequeño, más barato de mantener y más fácil de limpiar.
Estoy de acuerdo en que los hombres y las mujeres hemos perdido algo en los últimos tiempos. Pero yo doy por bueno lo perdido, porque me compensa lo ganado: la libertad.
Es a los hombres a quienes os aterra esa libertad. Y ese tema no se solucionará por mucho que nosotras meneemos las caderas al caminar.
El verdadero problema es que, como dice Esther Vilar (y en esto estoy completamente de acuerdo con ella): “el varón no quiere ser libre”.
Queridita, cinco páginas de Vilar por hoy son más que suficientes. Muchas mujeres ya empiezan a echar espuma por la boca sólo con el título.
Como te leas ese libro de una sentada te da el ictus. Que te da.
Avisada quedas.
Miguel, el «Dame pan y llámame tonta» no es nuevo, lo que no sabía es que este libro tan cutre que propones os lo hacen leer para luego escribir los artículos del Telva y el Hola, y que tengas que firmarlos con nombre de mujercita.
¡Qué risa!
No te preocupes, que no me dará el ictus, porque no tengo ninguna intención de leerlo. ¿De qué me serviría?
1. Bueno, la idea era que le dierais «a ella» las bofetadas. Yo soy el mensajero. Ni siquiera he dicho que esté de acuerdo con nada.
2. Creo Marisol que como escritora preocupada por el cambio de época y los roles y la guerra de sexos, te interesará el libro. Te gustará o no, pero te hará pensar y ver un punto de vista diferente.
3. Mañana, otras cinco páginas, verás que pasan mejor.
Pues va a ser que no.
Y mira que suelo leer lo que me recomiendas, pero la canción de la mujer sexualmente castradora de la libertad del hombre no la inventó Esther Vilar. Mucho antes, Eva lió a Adán para que comiera de la manzana prohibida. Y a mi edad no necesito que ninguna psicóloga me explique cómo funciona la sexualidad.
Las mujeres somos muy malas y utilizamos nuestro sexo para esclavizaros. Pero en cuanto dejamos de menear las caderitas y os devolvemos a la libertad por la que tanto habéis suspirado, os quejáis de que joooo… ya no somos femeninas. A ver si os aclaráis, que parecéis mujeres, coño 😉
Signore, signorine… Están ustedes echadas a perder por la corrección política. Sólo desde la femineidad exquisita se puede acusar al varón de no ser lo bastante masculino. No juguemos con cartas marcadas, prego…
Giacomo querido, que nosotras no acusamos a nadie de nada. Que ya ni siquiera les pedimos a los hombres que nos mantengan, ni siquiera que sean heterosexuales o mínimamente masculinos.
Sois vosotros los que, después de que hayamos cargado a nuestras espaldas gran parte del peso que tradicionalmente os correspondía, seguís esperando que meneemos las caderas. Sois vosotros los que acusáis a las mujeres de falta de femineidad a pesar de que ya casi ninguno de vosotros podría ofrecer la seguridad, protección y estabilidad que ofrecían los hombres masculinos.
Ni nosotras somos femeninas, ni vosotros sois ya masculinos.
Pero los que siempre andan lamentándose son los hombres. Yo ya lo dije antes: lo perdido me compensa por lo ganado. Yo no me quejo. Sólo me río.
Tranquila Marisol, que se te sube Navarra a la cabeza y aún falta para Sanfermines. Una mujer de antiguamente no tiene precio y tú debieras saberlo porque a pesar de los decires lo llevas en los mirares de loba.
Envidia cochina es lo que nos invade a todos y estoy seguro de que el frente feminista está ya pensando en qué han podido hacer mal para que de repente emerja con tanta fuerza este paradigma vital vestido con la sencillez orgullosa de la emigrante que sabe que regresa a la casa del padre y a la huella de la madre.
Rosalía, Chalía. Suena a ría gallega con guirnaldas de percebiños quentes un atardecer de orballo. Arrebujados bajo la mantita zamorana del sofá y los cristales gotosos del mirador. Rosalía, muller. Vencá, coitadiña.
Conociendo a Chalía se entiende por qué el estado rawlsiano aborrece el concepto de familia como fuente de desigualdad social.
Es imbatible la sensación de paz interior que debe producir ser de una mujer así, alguien en quien confiar ciegamente y de escasa memoria. Mejor aún: alguien que no tiene memoria más que para fidelidades y luz. Esto no se compra con dinero ni se enseña en los colegios públicos.
Es como la yerba prieta de un green escocés. Fruto de siglos de amor y niebla.
Qué envidia me das, Manolo.
Se me escapa el concepto de mujer actual que propugnáis abolir.
A lo mejor alguien puede iniciar un decálogo de valores a retomar.
Son las más excitantes palabras que he oido (leido) de un Giacomo Casanova, además aderezadas con su ruego «No juguemos con cartas marcadas, prego…». Él, que cada vez saca una carta de la bota, la media, el sombrero, la manga…
Llego tarde al debate, pero quiero hacer mi aportación.
La cuestión más importante para mi es ¿quien determina lo que es femenino? está claro que la feminidad es algo que ha cambiado tanto como los cánones de belleza. Lo mismo podemos aplicar a ¿que es ser masculino?
Hay que diferenciar claramente en lo que uno busca y quiere encontrar, en su pareja, en su vecina, en su sociedad y lo que realmente encontramos a la hora de la verdad.
El sistema económico y social exigen que la mujer entre en el mundo del trabajo, a día de hoy el hombre hecho y derecho que mantiene la familia parece un personaje de cuento para niños. Está claro que tema de la igualdad de género esta removiendo los cimientos de una sociedad que desde el feminismo podríamos denominar «patriarcal» pero no por ello esto es necesariamente malo, los cambios asustan, los hombres se sienten intimidados por el hecho de que las mujeres entren en un dominio que antes era masculino, de acuerdo.
Estamos en una sociedad que va poco a poco hacia la independencia y la autonomía y de todos y cada uno de los seres humanos, nada es perfecto ni como nos imaginamos, pero tarde o temprano tendremos que aceptar estos cambios que chocan con las concepciones tradicionales de lo que es ser hombre y lo que es mujer.
Feminidad y masculinidad no son más que papeles que adoptamos como actores dentro de una sociedad que ejerce violencia secundaria sobre todos, exigiendo a las personas como tienen que ser. Y por supuesto encontramos defensores de muy diversas posturas.
Lo primero y más triste es encontarse con musulmanes que dicen que prefieren mujeres ignorantes… Mahoma dijo: «Dale cultura a tu mujer porque ella educa a tus hijos» El profeta era un pedazo de machista al fin y al cabo, pero no hace falta contar milongas si ya se parte de actitudes lo suficientemente penosas. Los musulmanes de nuestro entorno que toman esa postura suelen ser los más ignorantes, de ésos que educó una musulmana ignorante, y a los que se les tapa fácilmente la boca recordándoles el Corán.
Otra cosa: a mí me encanta que las mujeres sean diferentes a los hombres, y que cada uno se sienta orgulloso de ser lo que es, sin pretender «dar la talla» ante nadie, olvidando los estereotipos, buscando primero, y antes que cualquier otra cosa, la paz en si mismo.
la femeneidad siempre debe hacer feliz a la mujer, como la masculinidad siempre debe hacer feliz al hombre. ¡Faltaría más que consintiéramos hombres y mujeres que nos colgaran una lista al cuello de «prestaciones del modelo adquirido»!
Un saludo Marisol.
Buscaré «con disciplina» tus palabras… por aquí también…