Domingo: día de limpieza.
Durante el desayuno distribuyo las tareas. Todo el mundo sabe lo que tiene que hacer, y se ponen en marcha como un equipo bien entrenado. La pequeña se pone los casquitos y hace su trabajo a ritmo de reggaeton, el otro se motiva con música garaje en el ordenador.
Los problemas vienen siempre cuando hay que bajar a por el pan. Hoy, además, quien vaya tendrá que ir hasta el supermercado: me faltan unas cebollas para preparar pollo a la cerveza. Los dos creen que ya han trabajado suficiente, y me persiguen por toda la casa contándome todo lo que han hecho: “Yo he limpiado los baños” .“Pero yo tengo que tender la lavadora”. “Ya, pero yo luego tengo que recoger la cocina”. Sólo hay una cosa en la que están de acuerdo: “¡Jo, no es justo!”.
Resulta imposible calcular quién ha hecho más que el otro. La vida no funciona así. No todos asumimos las mismas responsabilidades y, si estuviéramos todo el día vigilando lo que hace el otro para no trabajar medio minuto más que él, no habríamos inventado ni la rueda. Pero la adolescencia es una época en la que cuesta mucho trabajo comprender que el universo no está para servirnos, y lo mejor es demostrarles con un caso práctico que su teoría no funciona.
De modo que finjo que me han convencido y les digo que tienen razón, que es injusto que uno haga más que otro. Y les informo de que voy a empezar a aplicar su lógica hoy mismo y no voy a cocinar: le toca a su padre, que lleva cinco años sin encargarse de nada. Es más, puesto que todos somos iguales y no es justo que yo cargue con todo, ahora le toca a él sustituirme para que yo disfrute de cinco merecidísimos y justos años sabáticos.
Ah, eso ya no les mola.
Aprovechando que he conseguido hacer blanco en el muro de su argumentación, continúo explicándoles que es cierto que siempre mando a la pequeña a por el pan. Pero que cada vez que se rompe algo, es su hermano quien saca la caja de herramientas. Que a ella le pido que me ayude a pelar patatas y a él le mando al banco a hacer alguna gestión.
Que somos un equipo y todos debemos remar en la misma dirección.
Lo que menos me gusta de educar es mediar en los conflictos sindicales.
Pero después del sermon de la montaña, mi hija me ha pedido dinero para comprar el pan. De buen humor, sin morros ni mal rollo adolescente.
Y he comprendido una vez más que, aunque sea díficil y agotador, invertir energía en prepararlos para la vida siempre tiene recompensa.
2 respuestas a «Cosas que pienso mientras cocino: Jo, no es justo»
Marisol, te leo desde Argentina donde estoy visitando a mi familia.
Que razón tenes. Gracias por compartir tu escritura tan sabia. Me da sentido para poder saber lo que implica traer una personita a este mundo revuelto.
una abrazo
Marisola que bien lo estas haciendo corazón. Y que bien lo sabes expresar. Besos campeona