Miguel Perez de Lema
A la salida del pueblo de Fresno de Cantespino -103 habitantes censados-, un anciano cuida su huerto milenario, al costado de un manantial que lo refresca y riega.
Un arquetipo humano, el de este hombre que no se cambia a sí mismo por ningún otro hombre, este monje de la tierra, consagrado a resonar en su huerto, en su manantial. Heredero de otro hombre.
Nos cuenta que la huerta fue mucho mayor y estaba repartida entre varias familias. Hoy sólo baja él. Es el último de una estirpe.
Aunque, casi con seguridad, el manantial, el sitio propicio, el lugar de poder, seguirá ejerciendo su influencia para que, más tarde o mas temprano, otro hombre encuentre a su costado su lugar en el mundo.
Verdea la ropa del contacto intenso con la verdura. Nadie diga que este hombre va sucio. Va hermanado, santificado y en flor.
Y lleva como tesoro una cebolla blanca y grande, fruta de hoy. Cenar esa cebolla, con buen aceite y pan. Y nada mas.
El monje del manantial.
Una respuesta a «El monje del manantial»
Mientras el hombre con originalidad camina por las tierras siente el aliento de las aguas que le serenan, le invitan a cultivar el campo, cuidarle con sus manos, su habito le cubre mientras el sol corre entre las hojas, mirad hombre su rostro y sus manos cansadas, su lomo ardiente cargando el agua.
La huerta dormida deja correr el azucar, florece la planta y deja salir el aroma de la tarde, el monje consagrado a la cosecha admira desde lejos el manantial que le riega, corre la brisa y su cuerpo reposa viendo las flores, viendo los frutos.
Habito sagrado con secretos ocultos lleva el hombre oriundo de la tierra, riega con amor, riega con calma bajo la sombras de la tarde, original es el habito, oriundo el hombre de la tierra con su habito oscuro, tan oscuro como la tierra.
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