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La molesta muerte

por Marisol Oviaño

El otro día mi hija se cayó patinando y se hizo un rasponazo muy feo en el codo. No había ningún adulto cerca, y su amiga se encargó de hacerle una primera y bienintencionada cura. Horas después, el brazo se había hinchado de manera escandalosa, la herida no dejaba de supurar y el ibuprofeno no bastaba para calmar el dolor.

Cuando llamé al timbre de urgencias que hay en el ambulatorio del pueblo, saltaron todas mis alarmas, mi cuerpo entró en tensión y mi mente pasó al estado de alerta. Ambulatorios, clínicas, consultas, hospitales, quirófanos, salas de curas, salas de reanimación… en todas ellas he combatido.

Hacía muchos años que no salía de casa en mitad de la noche en busca de un médico para mis hijos. Pero la hora que pasamos en el pasillo aguardando a que nos tocara entrar, me devolvió violentamente a la época en que cuando no se moría uno de mis cachorros, se moría el otro. No nos hemos privado de casi nada: malformaciones aneurismáticas que amenazaban de muerte y conllevaban meses y meses de ingreso, meningitis que parecían rápidos y letales pistoleros, neumonías, bronquiolitis, amigdalitis, apendicitis, atropellos, picaduras de avispa en un ojo, deshidrataciones… En una ocasión, los dos niños estuvieron ingresados a la vez en hospitales distintos.

Antes de que cumpliera un mes,mi hija pequeña ya había sido intervenida dos veces a vida o muerte, y en una de las intervenciones había sufrido un infarto cerebral. La primera vez que vino a casa, tenía meses y no conocía la oscuridad: había pasado casi toda su vida en la UCI de un gran hospital, al que no tardaría más de cuatro días en regresar.

Ella llegó a casa por la mañana y, esa madrugada, su hermano mayor tuvo una convulsión febril y dejó de respirar. Mientras su desesperado padre trataba de reanimarlo, yo me vestí a toda prisa y arranqué al niño de sus brazos para llevármelo a urgencias. Cuando volvimos a casa horas después, él nos abrió la puerta y nos abrazó como si hiciera diez años que nos hubiera separado una guerra.
Así era nuestra vida entonces.

Pasamos prácticamente el primer año de vida de nuestra hija en un hospital. Yo me llevaba bien con los facultativos y, cuando me compré un fonendoscopio, me enseñaron a auscultar. Todavía hoy podría poner una sonda nasogástrica con los ojos cerrados.

Si la muerte volviera a declararnos la guerra, tendría que hacerle frente sola, sin padre que nos abriera la puerta y nos abrazara al volver de la batalla. Pero hace tanto tiempo que lucho sola, que ya no le tengo miedo a nada.
Así es mi vida ahora.

Y el otro día, mientras mi hija y yo aguárdabamos en urgencias, recordé una tarde de hace once años, cuando ella tenía cuatro.
Yo estaba haciendo masa para croquetas, ella estaba tumabada en el suelo, pintando en la otra punta de la cocina; y su hermano estaba sentado en la encimera, monopolizándome con sus preguntitas de niño inteligentísimo. La niña estaba completamente abstraída en lo suyo, jamás participaba en aquellas conversaciones y aquella tarde no fue una excepción.
Hasta que su hermano formuló una pregunta que yo no habría sabido contestar.

– Oye, mamá –preguntó incansable- ¿Morirse duele?
– No -contestó ella sin levantar la cabeza ni dejar de pintar-. Pero molesta.

(Parte médico)

Por fortuna, aunque aparatoso, el accidente de mi hija no revestía gravedad: nada que no puedan curar antiinflamatorios, antibiótico y curas diarias en el ambulatorio hasta que la herida termine de cicatrizar.

Al día siguiente, mi hijo mayor tenía fiebre.

7 respuestas a «La molesta muerte»

Muchó ánimo y los mejores deseos de recuperación.
Por cierto, ¿no te parece a veces que cuando se solapan y se pisan las enfermedades de los familiares cercanos, es como si el que llega 2º dijera: «hazme caso a mi»?

Sí, la frase es muy potente. En realidad el resto del artículo es la excusa para compartirla con vosotros.

Y Ariadna, yo también sospecho que el solapamiento de enfermedades tiene mucho que ver con los celitos. El poder de la mente es infinito.

Muchos besos Marisol, muchos ánimos para tu niña chica, q a pesar de los años q tenga, siempre lo seguirá siendo. Y mi niña afortunadamente tus hijos tienen una madre q es mucha madre. Y yo la suerte de compartirte. Besucones

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